La razón de ser del ahorro de agua en Quito era hasta antes de 1913, cuando se inauguró la primera planta de purificación del líquido vital en el barrio El Placer, muy sencilla: no era un elemento fácil de conseguir.
Hoy eso ya no es un problema, pero sí lo es que la ciudadanía piense que se trata de algo que nunca se va a terminar.
Artistas e historiadores han descrito como uno de los oficios más tradicionales de la ciudad, hasta las primeras décadas del siglo XX, el de aguatero.
En la Casa de la Cultura Ecuatoriana se guardan una acuarela de Ramón Salas y una fotografía tomada por José Domingo Laso, que retratan a estos indígenas sin zapatos que cargaban a sus espaldas el líquido vital en grandes pondos de barro, desde las piletas centrales, ubicadas en ese entonces en lugares como San Francisco, la Plaza Grande, Santo Domingo o San Blas, y lo entregaban en las casas.
Más de 107 años después, el servicio llega directo a los grifos de los hogares y el ahorro es mínimo. Según datos de la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento (Epmaps-Agua de Quito), actualmente el 98,58% de habitantes de la ciudad recibe agua potable, con una calidad certificada del 99,98%.
Esos primeros tanques de ladrillo de El Placer, donde se vio el primer desarenador que separaba las hojas y piedras que venían con el agua desde la chorrera del Pichincha, son ahora una planta que tiene una capacidad instalada para tratar 600 litros de agua por segundo.
A su vez, forma parte de todo un sistema de 39 instalaciones distribuidas en todo el Distrito Metropolitano de Quito.
Si bien el alcance y la pureza del agua en la capital van en buen camino de cumplir el sexto de los Objetivos de Desarrollo Sosenible (ODS) de la ONU, la conciencia ciudadana de que se trata de un recurso limitado -solo el 1% de toda el agua del planeta es apta para el consumo humano- es un problema en esta ciudad, en la región y en el mundo, con muy pocas excepciones.
Según Luis Collaguazo, gerente de Operaciones de la Epmaps, lo que más han obtenido con las campañas dirigidas a la población para un uso responsable del recurso es una reducción del 2,45% del consumo en cinco años.
De todos modos, cada habitante en Quito utiliza, en promedio, 180 litros de agua por día, llegando a picos de 200 en los meses más cálidos.
Esto sobrepasa casi en el doble lo que la Organización Mundial de la Salud considera necesario, para suplir las necesidades de alimentación e higiene de una persona.
Collaguazo agrega que durante los primeros meses de la pandemia por el covid-19, en el 2020, se alcanzaron picos de 300 litros diarios por habitante, lo cual influyó en determinados momentos en la continuidad del suministro en el área de cobertura.
En el 2019, el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima (Sedapal) publicó un informe sobre la utilización del agua por sectores.
Ahí se pudo ver que en San Isidro, uno de los barrios más acomodados, se registraba un consumo de 254 litros diarios por habitante, en contraste con los 85 litros en sectores limeños deprimidos, como San Bartolo.
En Quito se produce un fenómeno similar. La Epmaps identifica a los valles como zonas de mayor consumo, por la existencia de propiedades grandes que demandan más cuidados para los que se necesita agua (riego de jardines, lavado de vehículos, etc.).
Las campañas más exitosas de ahorro del líquido elemento a nivel mundial incluyen desde llamados a no cantar en la ducha, para ahorrar 54 litros, hasta desafíos virales que han ofrecido premios en sitios de contenido para adultos a quien se bañe en menos tiempo.
En Quito la consigna es que se trata de una responsabilidad de todos, pero pocos hacen caso.