El profesor vivió la tensión de ser evaluado
Redacción Sociedad
Ayer, los papeles cambiaron. Por un día, las escuelas se pusieron de cabeza. Los padres se formaron para ingresar a las aulas. Los maestros fueron los evaluados por ellos, los alumnos y sus colegas.
En Cotocollao, en la escuela Manuela Sáenz, Maximiliano era el más pequeño de la clase. A los 6 meses tuvo su primera experiencia escolar como acompañante de su mamá, Alicia Mayorga.
“Vengo para evaluar a la señorita Cecilia, la maestra de mija Dayana Ayala, de quinto de básica”.
En 16 provincias de la Sierra y de la Amazonia, 14 561 maestros fiscales de 3 929 planteles primarios y secundarios serán evaluados hasta el viernes casa adentro. En la fase interna se valora el desempeño, el trato, la calidez...
Carlos Hernández y Patricio Patuña pidieron permiso en sus trabajos en la Fábrica Pintex y en Plásticos Dalmao. Fueron escogidos en la escuela para participar del Sistema de Evaluación y Rendición Social de Cuentas (SER).
Los estudiantes de la Escuela Politécnica Nacional, en Quito, estaban a cargo de entregar los cuestionarios a los participantes. También de explicar cómo llenarlos. La convocatoria en la escuela Manuela Sáenz fue hecha para las 07:30. Pero los jóvenes llegaron a las 08:45.
Jorge Aucancela, presidente del Comité Central de Padres de Familia de Pichincha, se quejó porque en la escuela Abdón Michelena, en la Loma de Puengasí, también hubo impuntualidad. Los encargados llamaron a las 10:00, luego de dos horas y 30 minutos de espera. Dijeron que irán hoy. Que disculpen.
“¿El docente es puntual? ¿Trata a sus hijos o representados con cortesía y respeto? ¿Planifica y realiza actividades con padres y estudiantes?”. Estas fueron varias de las preguntas, que llegaron en fundas plásticas negras selladas.
“La ‘profe’ Geoconda Villegas sí nos trata bien, explica porque todo entiendo. A veces es un poquito bravita”, contó Martín Estrella, de sexto B. En el plantel, de 810 estudiantes, 20 maestras, 16 de grado y cuatro de opciones prácticas, fueron evaluadas de 30.
En La Planada, en la escuela Diego Abad Cepeda, Fanny Ribadeneira, con 38 años en el magisterio, estaba lista para presentar su clase demostrativa. La observadora era su compañera, Eva Echeverría. “No he hecho un teatro, trabajaré como siempre”, anticipó.
Los alumnos de cuarto de básica la escucharon. Escribió el tema en la pizarra. “Clasificación de palabras por el número de sílabas” y lo anunció. Y mostró cartulinas con recortes pegados.
“¿Qué es esto? Una linda sonrisa”, dijo. Y sacó 10 gráficos más. “Familia, cama...”. Además las palabras escritas en otras cartulinas.
“Con golpes de manos (aplausos) reconozcamos el número de sílabas de cada una. Fa- mi- lia”, ejemplificó. Luego pidió a los alumnos hacer lo mismo con otras palabras. Los 45 alumnos levantaban los brazos para participar en la clase. Debían pegar en la pizarra los recortes y ubicar la palabra correspondiente, luego reconocer el número de sílabas.
Echeverría revisaba la hoja guía para anotar el puntaje. “¿Presenta el plan de clase, los objetivos, usa las experiencias de los alumnos, pone ejemplos, hace un resumen final del tema, es afectuosa?”.