Ha sentido, como concejal y vicealcaldesa de Quito, la violencia política que se ejerce contra las mujeres que buscan no solo figurar, sino liderar procesos. Por eso, aunque le molesta, no le sorprende la reacción contra la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, tras la difusión de videos en los que esta aparece en una fiesta.
¿La violencia política contra las mujeres aún es algo mundial?
Es universal. Obviamente, hay países en donde es más grave; pero, en general, en el mundo entero se ha asignado a las mujeres unos roles cultural y socialmente por cientos de años. Y esos roles están directamente relacionados con los cuidados, con las tareas del hogar, con lo doméstico, con lo privado.
La presencia de la mujer en lo público ha sido paulatina y muy lenta; en países como Finlandia, algo más rápida, pero eso no quita que existan rezagos de la cultura patriarcal que quiere ver que las mujeres tengan una presencia específica, que su rol sea el que va de acuerdo con unos patrones con lo que se supone debe hacer una mujer.
Si los videos hubiesen sido de un político hombre, ¿la reacción habría sido distinta?
Me parece que el doble estándar en este caso no es si estaba borracha o no, sino que, simplemente tenía una noche de diversión en su vida privada, como cualquier persona; y lo que se le reprocha es eso, que ella supuestamente debería tener un tipo de comportamiento. Hay fijado un estándar en el que ni siquiera se puede tener una noche de diversión, porque hay que cumplir esos parámetros de perfección en lo público, que son inexistentes. Más allá del tema del video, Finlandia es un país con avances en materia de género…
Los únicos países en donde hay avances reales son aquellos en los que se han establecido acciones afirmativas que permiten que las mujeres sobrepasen las desigualdades estructurales que la meritocracia por sí misma no logra; me refiero a la idea de que, si una mujer se esfuerza lo suficiente y es lo suficientemente buena, va a llegar a la política; eso es una mentira.
Hay barreras estructurales en todas las sociedades para que las mujeres alcancen, a la misma velocidad que un hombre, un cargo de alto nivel. Y solo los países que han aplicado acciones afirmativas, que reconocen esas desigualdades estructurales y la necesidad de reconocer a las mujeres unas cuotas de presencia, ayudan a que se reduzcan las formas de violencia política.
¿Qué ocurre en Ecuador?
Ecuador es uno de los países más avanzados de la región en cuanto a la presencia de mujeres en lo público. Países que no aplican la asignación de cuotas tienen representaciones femeninas en las legislaturas de menos del 10%; nosotros estamos sobre el 30%. Pero se ve una realidad distinta en el caso de las alcaldías y las prefecturas, donde no existían cuotas, y en donde la representación femenina del país estaba por debajo del 10%; solo ahora, en las elecciones del 2023, donde ya habrá cuota, veremos cómo se incrementa esa presencia.
¿Eso basta?
Es en los países en donde se han implementado las cuotas y se las ha acompañado de procesos de fortalecimiento de las capacidades de los partidos para mostrar el talento femenino y sostenerlo, en donde hay verdadero compromiso con la equidad de género, en los que hay primeras ministras mujeres, como algo natural y no como una excepción. Entonces sí hay una diferencia entre los países que no solo aplican las cuotas, sino que las acompañan de acciones integrales; porque si tú solo te fijas en las cuotas, como ocurre en Ecuador, las mujeres que llegamos a lo público sufrimos violencia política.
O si no hay apoyo social para (no) asumir las tareas de cuidado (que se esperan), eso desincentiva a las mujeres a participar; hace que las mujeres no se queden en la política o que no quieran participar.
¿Cómo se expresa más la violencia política contra la mujer?
Depende de la circunstancia y del nivel territorial. Por ejemplo, las mujeres que integran las juntas parroquiales rurales enfrentan principalmente la falta de apoyo en los hogares; aparece el auténtico “mi marido no me deja”. Y cuando llegan, usualmente son las únicas mujeres. Entonces, el ambiente las excluye, las violenta, las desvaloriza como si su posición, sus aportes no fuesen lo suficientemente buenos. Recuerdo casos de concejalas, vicealcaldesas a las que les impedían acceder a sus puestos de trabajo, o les dejaban una escoba en sus oficinas para que supieran cuál es el rol que deben jugar.
Y luego vamos a una siguiente escala de mujeres que están más expuestas por su cargo más alto, como alcaldesas, prefectas, asambleístas, o que tienen una presencia importante en redes sociales; y entonces se combina la violencia que se vive en los espacios políticos, con las redes sociales, en donde lo que se ve es que hay una fijación con la vida personal; pongo el ejemplo de Cynthia Viteri (más allá de si nos parece o no una buena alcaldesa); la fijación con su vida personal y privada es algo que no tiene parangón con ningún político hombre.
A ningún político hombre le esculcan hasta cómo se vistió y qué tatuaje se hizo. Porque claro, la mujer siempre tiene que estar bien presentadita, recatadita y todos esos imaginarios que existen sobre cómo debe ser una mujer, y peor si está en el ámbito público.