En Venezuela empeora el desabastecimiento

Este es el listado de la tienda Farmatodo. Allí se especifica la cantidad de productos que puede comprar un venezolano a la semana y el día establecido para hacerlo. Foto: Yesid Lancheros / EL TIEMPO.


Un aviso fijado en una caja de la tienda Farmatodo en La Castellana, uno de los barrios más exclusivos de Caracas, llama la atención.
Se trata de un listado de productos básicos de la canasta familiar, como aceite, arroz, azúcar, champú o pañales, con la correspondiente cantidad que cada persona puede adquirir a la semana. Por ejemplo, un venezolano solo puede comprar dos cremas de dientes, dos desodorantes, dos máquinas de afeitar, dos litros de aceite, tres paquetes de pañales para bebés o dos rollos de papel higiénico.
“He visto a la gente llorar en el mostrador, esto es muy triste”, relata Orlando Medina, un caraqueño de 38 años que trabaja como auxiliar de farmacia en un Locatel.
En el lugar, las personas se agarran la cabeza cuando ven que no hay lo que necesitan, como medicinas. Las caras son de angustia, de rabia. De desespero.
Y es que en cualquier farmacia de la capital venezolana es común ver a muchos preguntando por antibióticos o analgésicos, para niños o adultos, y la respuesta que oyen es una sola: “¡No hay!” Conseguir un medicamento para la tensión arterial es un asunto de suerte.
Hace unos 20 años, los venezolanos vivían con el privilegio de tener las mayores reservas petroleras del mundo, y algunos se daban el lujo de ir y volver a Miami, en una misma semana, a hacer compras. Hoy, todo ha cambiado. Para ricos y pobres.
“Cuando llega el champú, esto es un despelote; da miedo, pareciera que fueran a saquear la farmacia, se vuelven locos, parten los productos, se van a golpes. La llegada del champú es intermitente; puede que llegue hoy, y luego hasta dentro de cinco días”, admite Medina.
El listado que se ve en Farmatodo, elaborado por el Ministerio del Poder Popular para la Alimentación, forma parte de un paquete de férreas medidas económicas que rigen en Venezuela, una nación vapuleada por el más grave desabastecimiento de alimentos y productos en toda su historia.
En el colapso, los 30 millones de habitantes de este país tienen asignado un día exclusivo a la semana para adquirir los productos más importantes, dependiendo del último número de la cédula, según lo determinó en enero el gobierno socialista de Nicolás Maduro.
A juicio de Medina, el desabastecimiento es “total”. “En los últimos meses, la situación se ha recrudecido de una manera horrible. Por ejemplo, no hay pañales para niños y adultos. Y cuando llegan toca llamar a un cuerpo policial para que eviten que (las personas) entren como animales”, agregó.
En su casa, en el sector de Petare, donde vive con su esposa e hija de 18 años, Medina dice que viven angustiados.
“Que en tu casa no haya papel higiénico da miedo. Hace unos años, en mi casa no teníamos que comprar bultos de harina pan –para preparar arepas– y solo se tenía lo necesario para cada 15 días. Ahora, sin embargo, tuve que comprar tres bultos de harina. Realmente estamos psicoseados”. “No quisiera politizar, pero pienso que el Gobierno y también la oposición son culpables de todo lo que está pasando en el país”, dice este auxiliar de farmacia de Locatel.
Para controlar las compras, en algunos sitios piden la cédula y en otros se lleva el registro con máquinas captahuellas, cuya instalación comenzó en marzo. Así se busca combatir el acaparamiento de productos y, además, se intenta frenar a los ‘bachaqueros’, el oficio de moda para muchos en Venezuela y que consiste en comprar los productos regulados por el Gobierno, como la carne, la leche, el arroz o la crema de dientes, para revenderlos luego a un precio mayor en el comercio informal o callejero.
En una mañana de domingo, dos mujeres recorrían tiendas buscando productos de primera necesidad. Aibory Veores, de 60 años, tenía la misión de buscar unos pañales para una amiga de 84 años que sufre de alzhéimer y que vive en Catia, uno de los bastiones del chavismo. La misión resultó infructuosa. El producto escasea y así lo comprobaron ambas tras caminar por diferentes zonas de Caracas.
“Tenemos como un mes sin conseguir los pañales. Entonces, a ella (a la mujer enferma de alzhéimer) le toca hacer los pañales con tela de sábana”, cuenta Aibory, quien trabaja haciendo aseo en un edificio en Chacao. “Necesitamos un cambio”, sostiene esta ferviente seguidora de Leopoldo López, el líder de la oposición que pasa sus días en la cárcel.
Su amiga de búsqueda es la colombiana Edith Iturriago, de 50 años. Nacida en un pueblo del Magdalena, viajó a Venezuela en 1983, en busca de mejores oportunidades y desde hace 12 años trabaja en oficios varios en un edificio en La Castellana. “En esa época se conseguía de todo y las cosas eran baratas”, dice Edith. “Estábamos en la felicidad y no lo sabíamos”, complementa Aibory.
Ambas cuentan que ahora muchos venezolanos acuden al trueque entre vecinos para enfrentar la escasez. Algunos intercambian, por ejemplo, detergente por papel higiénico.
Para estas dos mujeres, el control de la venta de los productos a partir del número de la cédula no está funcionando.
“El día lunes les toca a las cédulas terminadas en 0 y 1, y ese día nunca hay nada. En cambio, los martes son mejores porque ese día empieza a llegar la mercancía”, advierte Edith.
“Hay que estar aquí para saber lo que está pasando”, se queja ella, al recordar una cifra que ilustra el costo de vida: en un país con un salario mínimo mensual de 5.622 bolívares, un kilo de carne vale 800 bolívares. Y ese kilo solo alcanza para sacar cinco filetes en un almuerzo.
La crisis ha obligado a muchos venezolanos a ingeniársela. Un empresario contó que, cuando viaja a Bogotá, destina una maleta vacía para llevar la mayor cantidad de productos básicos a Caracas. Así intenta hacerle el quite a la escasez.
“No podemos abastecer a todo el país. No hay dólares para tener la materia prima y producir los alimentos –dice Rolando Piña, de 31 años y quien trabaja como supervisor técnico en Polar, la gran empresa venezolana que produce alimentos y bebidas–. Antes abastecíamos al 100 por ciento del país, pero ahora solo alcanzamos para las ciudades más grandes”.
Cuando fue entrevistado, a la salida de un supermercado, Piña no había podido conseguir una medicina para combatir una alergia en sus manos y brazos.
“La situación está muy mala. Y es peor en Maracaibo, porque allí no se consigue nada, ni barato ni regulado. Si nos aumentaran el salario mínimo, sería mucho mejor y podríamos comprar”, afirma Yazmira González, de 36 años, quien no encuentra leche en polvo para su bebé. Ella, además, sufre todos los días, con lo que gana como empleada, para darles de comer a sus siete hijos.
“Espero que todo esto cambie algún día, me gustaría que las compras se hicieran sin restricciones”, agrega Juana Fernández, amiga de Yazmira. Juana no había podido conseguir toallas higiénicas para sus hijas.
Al mando de Maduro, Venezuela sufrió una inflación exorbitante, del 68,5 por ciento anual en el 2014, y los pronósticos tienden a agravarse: el Bank of America calcula que será del 172,4 al finalizar este año. Esa inflación o costo de vida, la más alta del mundo, no distingue clase social y afecta a toda la población, incluidos a los extranjeros que no están exentos de las controvertidas disposiciones impuestas al amparo del Socialismo del Siglo XXI.
El control de los precios de los productos básicos por parte del Estado (se reguló el valor de la crema dental, la leche, el arroz, el desodorante, entre otros) y la ausencia de divisas son las dos razones principales que explican la escasez y la carestía que asfixian a Venezuela, golpeada igualmente por la crisis internacional del petróleo (el precio del barril ha caído más del 50 por ciento).
Ante los bajos precios fijados por el Gobierno, que atribuye el desabastecimiento a una “guerra económica” en su contra por parte del gran capital y la oposición, la industria no produce lo que demanda el país y la evidente falta de dólares en el mercado también impide la importación de materias primas, medicinas, repuestos, etc.; lo que ha puesto los precios de algunos productos por las nubes. “Pensando en la Navidad, cuando recibes la prima del año, ¿qué haces con 20.000 bolívares si un par de zapatos cuesta 36.000?”, se pregunta un venezolano.
La escasez empezó hace dos años y empeora con el paso de los días sin que se vislumbre una solución a corto plazo. En los últimos meses, la prensa ha reportado batallas campales en algunos supermercados para adquirir alimentos.
A comienzos de este año, la crisis llegó a situaciones tan insospechadas que, desde enero, en McDonalds no hay papas fritas. Por eso, la famosa Big Mac se sirve con un pedazo de yuca venezolana, arepa o ensalada. “Los clientes se molestan y no están de acuerdo con esto. Pero si se mejora la economía, mejorará el servicio”, atina a decir José Castro, subgerente de una tienda de McDonalds en Chacao, quien explica que, ante la ausencia de divisas, no se ha podido importar papa de Estados Unidos, Canadá y Argentina.
Las esperanzas de muchos están en un posible cambio de gobierno, en el 2019, pues pocos ven probable un viraje en estas cuestionadas políticas económicas de Maduro que tienen a Venezuela sumida en el desabastecimiento. En el desespero.