Al mal gusto del presidente colombiano Gustavo Petro en su tuit tras conocerse que el 62% de los chilenos rechazaron cambiar la Constitución, hay que sumar su equivocación. No es que Pinochet revivió: nunca estuvo ausente, como tampoco lo ha estado Salvador Allende, el primer presidente de izquierda en América Latina que llegó al poder por la vía electoral. Y este es, quizás, el mayor dilema que viven los chilenos.
Hoy se cumplen 49 años del golpe de Estado de Augusto Pinochet, quien se consagró como el ícono del último período de los gobiernos dictatoriales en la región. No solamente por la afectación a los derechos humanos durante sus 17 años de gobierno, sino porque además sentó las bases para el modelo económico que lo tiene ahora como el país con el sistema más sólido en la región, aunque con grandes arcos de desigualdad, pues el sector privado está a cargo de áreas que corresponden a derechos: educación, salud y pensiones.
Aquel golpe no solo fue militar, sino cívico. Y tampoco se puede decir que solo tuvo el apoyo de “las casitas de barrio alto”, que cantaba Víctor Jara. En las poblaciones, las barriadas donde viven las personas de bajos ingresos, también se alegraron con la llegada de Pinochet y su discurso anticomunista. Tenían una razón para ello: los productos escaseaban y debían hacer largas filas para adquirirlo. Fue por la especulación de los sectores productivos, se acusa.
Tanto Pinochet como Allende se mantuvieron presentes entre los chilenos tras la llegada de la democracia. Ambos representan los dos modos de ver la política y la economía en el país. Y el recuerdo de los dos siempre flota alrededor de los procesos electorales, desde el primer ejercicio electoral -el primer plebiscito, de 1988, la mayoría de la población votó mayoritariamente por el ‘No’ a la continuidad de la dictadura. El país mostraba su anhelo de gobiernos civiles.
Desde 1990, cuando retornó la democracia y por cuatro periodos sucesivos gobernaron partidos antidictatoriales: Democracia Cristiana y el Partido Socialista. No fue el fin de Pinochet. Su presencia seguía siendo intimidante como comandante en Jefe del Ejército hasta 1998.
En el 2010 llegó el primer gobierno de derecha, con Sebastián Piñera, quien representa a una buena parte de la posición de los chilenos sobre la dictadura: creen que abusó, pero la fuerza económica del país era algo que se debía destacar.
El protagonismo de la izquierda, luego del silenciamiento y el temor al país a vivir un nuevo allendismo, fue creciendo desde el 2006, con la llamada ‘revolución de los pingüinos’ (estudiantes secundarios) por una mejor educación. Luego fue la movilización de los universitarios en el 2011, para que la educación sea un derecho y no un lucro, luego contra las Administradoras de Fondo de Pensiones (AFP) .
Termina, por el momento, en el estallido social de octubre del 2019, que comenzó contra el alza de 30 pesos (USD 0,03) al transporte hasta conquistar lo insospechado: convocar a una Convención que redacte una Constitución que deje atrás la vigente, herencia de 1980 de Pinochet, que consagra el neoliberalismo y las asimetrías, a pesar de que Chile es el país con menos pobres en la región.
Las AFP fueron uno de los motivos y, a la vez, la condena de la Constituyente en el plebiscito del 4 de septiembre pasado.
Por la pandemia del covid-19, se autorizó el retiro de los fondos de los ahorristas en cuatro ocasiones, con Piñera. Algunos parlamentarios propusieron un nuevo retiro, el quinto. El presidente Gabriel Boric y los partidos que lo sostienen, el Frente Amplio y el Partido Comunista, que siempre apoyaron los retiros, esta vez dijeron no.
Los datos son duros: al 31 de diciembre de 2021, el 17% de los afiliados tenían saldo cero y el 40% tiene menos de 1 millón (USD 1 000), que le quedará para repartirse en lo que le queda de vida luego de jubilarse. Este fue uno de los factores que implicó la derrota del Apruebo, el 4 de septiembre, en el plebiscito, pero no la única.
El problema, de fondo, es que si bien hacía falta cambios serios en el país, algo que todos los sectores reconocen, la izquierda contemporánea no supo entender que no todo el país es tiene esas posiciones. Arrogancias como la del constituyente Daniel Stingo, que dijo “los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros y los demás tendrán que sumarse (…) los que ganamos representamos a la gente. Ustedes (la derecha) no pueden imponer nada porque perdieron”. Pero en septiembre perdió la izquierda.