A Mauricio Macri, presidente electo de la Argentina, se le juntan todos los retos en tiempo corto. La primera noticia fue la sorpresa de un triunfo apretado. No se sabe si la campaña del miedo que metió el kirchnerismo o un debate presidencial flojo para ambos contendientes no le alcanzó para mantener la distancia que sacaba sobre Daniel Scioli y que terminó en cerca de 3 puntos porcentuales.
Mientras el gobernador Scioli reconoció la derrota con caballerosidad, Cristina Fernández fue acre en el fugaz encuentro con el nuevo Presidente. Parece no caer en cuenta que hay un nuevo rumbo decidido en las urnas. Quizá por eso y por las ganas de poner palos en la rueda, al partido de Cristina, el Frente para la Victoria, se le ocurrió aprobar 90 leyes en pocas horas en la Cámara de Diputados, bajo la protesta y retiro de los aliados de Macri.
Eso no solo fue una muestra de irrespeto a la voluntad popular, sino una declaración de guerra. Macri sabe que debe luchar contra un bloque peronista, kirchnerista y de La Cámpora que tratará de bloquear su gestión.
El Partido Republicano (PRO) y su entente, Cambiemos, de Macri, debe formar tres gobiernos claves de modo simultáneo. Una primera seña es la rápida conformación del Gabinete presidencial. Queda otro muy importante que es el de la provincia de Buenos Aires, que encabezará la gobernadora María Eugenia Vidal, que ocupará la silla dejada por Scioli. Además, el PRO tiene la responsabilidad gobernar Buenos Aires.
Al calendario del nuevo Presidente se le vienen encima las negociaciones paritarias de empresarios y trabajadores por los nuevos salarios. Para colmo, la derrota a la inflación, disfrazada con cifras mentirosas por el Gobierno saliente y afrontar el dólar de doble estándar, acaso con una devaluación, serán los pasos previos a la reactivación productiva del campo abandonado por el Régimen que fenece. Macri empieza ya a probar el agrio sabor de la realidad en medio de grandes esperanzas de cambio.