Madre de Valentina: ‘Recibí el cadáver de mi hija en la escuela’

Ruth Montenegro, de 42 años, es la mamá de Valentina, la tercera de 5 hijos. Se sumó al activismo contra el femicidio. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Ruth Montenegro, de 42 años, es la mamá de Valentina, la tercera de 5 hijos. Se sumó al activismo contra el femicidio. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Ruth Montenegro, de 42 años, es la mamá de Valentina, la tercera de 5 hijos. Se sumó al activismo contra el femicidio. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

“En fechas como esta, Valentina participaba con su flauta traversa en coros. La recuerdo como una de esas fuentes de agua, ella desbordaba alegría. Con 11 años y 8 meses, era tan inteligente, tenía muchas expectativas y preguntas.

Ha pasado un año y seis meses desde la última vez que la vi con vida, ese jueves 23 de junio del 2016, cuando salió a clases, a su unidad educativa particular, en la av. 6 de Diciembre, en Quito. Al siguiente día la hallé muerta ahí, a unos pasos de la entrada principal, debajo de las barras, en el área de juegos. Tuvo inglés ese último día y su profesora me contó que le pidió permiso para llevarse el examen con el 10 sobre 10 a ­casa, para mostrármelo.

Vivimos en el sur, pero ese colegio está muy cerca del Conservatorio Nacional de Música. La pusimos ahí porque desde los 6 años se aficionó por el instrumento. Su ilusión era convertirse en flautista. Iba a esas clases en la tarde.

El ciclo anterior había dejado Metro Danza porque la actividad chocaba con su música. En las noches, si tenía una presentación, se amanecía tocando. Yo la acompañaba. A veces me quedaba dormida.

Como su madre, lloro al abrir la caja en donde guardaba su flauta. Me sobrepongo y pienso que el mejor homenaje que puedo hacerle es ser fuerte.

Cada día la recuerdo. Mientras hacía mis tareas en casa, a veces venía desde atrás, me abrazaba y me apretaba fuerte. Le preguntaba, ¿qué pasó mi amor? Cómo adulta me admiraba esa reacción. Y me respondía ‘no sé, simplemente siento alegría, se me sale del pecho toda la alegría que tengo’. Yo insistía: ¿Pasó algo?
Valentina tenía ensayo con la orquesta ese 23 de junio del 2016. Yo habría estado mirándola y filmándola, en la primera butaca, a mano izquierda.

Pero esa práctica decidieron hacerla en otro piso, no había lugar para padres. Así que a las 17:30 fui a retirarla, para volver a casa juntas, como siempre.

Pero nunca más volví a verla con vida, me la devolvieron muerta en la escuela. El 24 de junio la vi, tras supuestamente haber pasado toda la tarde y noche en ese patio, sin que profesores o autoridades hayan notado su cuerpo en el piso.

En estos días, cuando todos sienten dolor por el caso de la niña Emilia, de Loja, les pregunto: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo nuestras hijas no aparecen más o finalmente las encontramos muertas? Hay que detener los femicidios.

El último lugar en donde hubiera pensado hallarla muerta era su colegio. ¡¿Qué pasó maestros?! ¿Qué pasó autoridades? Explíquenme, ¿por qué cerraron la puerta de la escuela con mi guagua adentro, sin vida supuestamente? No lo creo.

La noche de su desaparición yo y su padre golpeamos la puerta del plantel, no hubo nadie. La mañana siguiente ingresé por la entrada principal y a 2 metros estaba su cuerpo sobre el piso, cerca de la resbaladera, bajo la barra de juegos. Se la veía en el piso claramente.

Otros padres entenderán mi dolor. Pregunté, ¿qué pasó? y solo hubo silencio de la institución. Que se accidentó me dijeron. Y lo clásico que ocurre es ver ese espíritu de cuerpo. Así protegen al agresor y al buen nombre de la institución.

Lo digo al tener contacto con otras historias de padres que perdieron a sus hijos en planteles. En el mejor de los casos, han reubicado al agresor.

Ministro de Educación, Fander Falconí, ¿qué pasó con su oficio 007-JDRC-DDN-17D05- 2016 de la Junta de Resolución de Conflictos? Dice “imponer a esa unidad la revocatoria definitiva de la autorización de funcionamiento”, desde este año lectivo. Y se pide elaborar un plan de contingencia para sus alumnos.

Me entregaron el cadáver de mi hija en la escuela, un día después de la última vez que asistió a clases. Y durante un año y dos meses, las investigaciones judiciales se centraron en dos tesis: que mi hija se cayó y luego dijeron que se suicidó. Al final las descartaron.

Pido la verdad sobre lo que le pasó a Sofía Valentina Cosíos, mi niña sabia y valiente. Ese colegio estaba a tres minutos del Hospital de Niños Baca Ortiz y si hubiéramos creído esas versiones, ¿cómo es que nadie la auxilió? Nadie la vio. Un año y seis meses después, la investigación sigue abierta.

Como todas las madres, yo la envié a un espacio que se suponía era seguro. Duele saber que la escuela y la familia, para muchos niños, terminan siendo sitios de horror: de agresión sexual y de muerte para niñas.

Hace un año formamos la plataforma Vivas Nos Queremos, frente a la indignación y a la no respuesta estatal. Apenas el 15% de violencia se denuncia y el 5% pasa de investigación a instrucción fiscal. Al Ministro de Educación, a los jueces y fiscales les pido dejar los discursos. Con buenas intenciones no detienen los femicidios”.

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