Los líos del cuerpo perfecto

El bisturí recorre   con una exactitud asombrosa el contorno de la oreja de Blanca. En su rostro hay  señales hechas con marcador.

Konrad Lorenz,  premio Nobel de medicina en 1973 , en su ensayo sobre el comportamiento animal y humano presenta una teoría sobre lo que es la belleza humana.

Señala que es una emoción asociada a un deseo de protección.

Dice que  una persona es atraída por una cara cuando esta presenta los rasgos de niño, es decir una morfología infantil que evidencia pureza y honestidad.

Por eso  no resulta atractivo un rostro con la nariz alargada o las mejillas hundidas.

Tiene 63 años y quiere verse más joven, por eso decidió hacerse un ‘lifting’ (estiramiento facial). Poco a poco, se levanta la piel de la parte derecha de su rostro. Es un trabajo minucioso, como si se despegara algo. Ella está en un estado que simula el sueño, pero cuando el cirujano le pregunta cómo se encuentra, contesta claramente.  El anestesiólogo puso en práctica una técnica que le permite mantenerla en ese estado. Cuando la operación termine, no recordará nada.

El deseo de ser bello

Un reloj, colocado en una pared del lugar, marca las 11:00. La operación, que comenzó a las 09:00, continúa. Todo se inició con el retiro de una parte de grasa de la papada. Ahora, el médico hace unas puntadas por dentro de la piel. Trata de recoger el músculo para reafirmarlo.

Quizá, esta mujer lo hace todo porque en el fondo uno de los tres deseos del individuo es ser bello, según Platón. Los otros dos son salud y riqueza. No obstante, los cambios que se producen  no siempre son la solución. 

¿Problema psicológico?

Aunque no se puede catalogar de manera general, el psicoterapeuta Peter Sanipatin cree que quienes se someten a estos procesos tienen un fondo ansioso o de temor. Es decir, tienen lesionado el núcleo emocional. El enfrentarse a una imagen diferente también puede afectar a una persona. Édison Ramos es cirujano plástico y, a menudo, a su consulta llegan personas con fotos de artistas. Quieren la nariz de Angelina Jolie o buscan verse igual que Brad Pitt. Entonces, se da cuenta que está ante una persona cuyo problema es psicológico, no físico. Los cirujanos plásticos llaman a esto dismorfia, es decir, son personas que nunca estarán contentas, pese a  sus cirugías,  porque su imagen en el espejo está distorsionada.

En el escritorio de Fabián Idrovo, cirujano plástico de Quito, están dos álbumes de fotos. Los antes y después de muchas mujeres. Figuras de narices, senos, párpados, quijadas. Cada año espera la visita de su más asidua cliente. Calcula que ella ha estado 150 horas en el quirófano con la realización de 40 ó 50 procedimientos. Se ha hecho implantes de pelo,  modificado la nariz, estirado la piel, quitado la grasa abdominal. En su haber incluso cuenta una cirugía  de rejuvenecimiento de labios vaginales, tiene 62 años.

La personalidad

Los cambios en la personalidad, luego de una cirugía, también son posibles. Idrovo comenta que, a menudo, las personas relacionan a un gordo con alguien que es feliz, le va bien en la vida, tiene dinero. Pero ¿qué pasa cuando se somete a una cirugía para bajar de peso? El especialista explica  que cuando se ve con 70 u 80 libras menos se siente mal, porque “le quitaste algo de su personalidad. Entonces, se vuelve un ser más pasivo”.

Cambiar de un estado a otro no es fácil, se pueden dar lesiones emocionales. Paulina Bucheli es la psicóloga clínica que trata a las personas que se realizan cirugías bariátricas en el Ecuador.  Aunque son recomendadas por motivos de salud para reducir de peso, también tienen un resultado estético. “En el campo emocional, estas personas están acostumbradas a cargar una especie de abrigo de oso polar, con el que se acostumbran a hacer sus actividades... Quieren sacarse este abrigo, pero no solo es cuestión de quitárselo, pues esto también implica una pérdida. Puede haber depresión, ansiedad, desconocimiento de su propio ser y hasta  arrepentimiento...”, dice Bucheli.

Después de la cirugía todo cambia. La idea es conseguir que las personas se adapten a su nuevo cuerpo y situación. Tienen que aprender que su estómago es más pequeño. Por eso, desde el primer día de la intervención, una de las medidas es presentar la comida en platos pequeños. Así, el cerebro mira que todo encaja. Sin embargo, si no existe un acompañamiento psicológico, el paciente puede recaer en la compulsividad. Vuelve a subir de peso, se angustia porque lo único que conoció como felicidad es la comida y quiere volver a ponerse el abrigo al precio que sea. La cirugía no fue la solución.

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