El pueblo argentino acudió a las urnas este domingo y, con su voto mayoritario, rechazó la gestión de seis años de gobierno en Argentina, régimen compartido en secuencia por los esposos Kirchner.
No se trata, de ningún modo, de alegrarse por la derrota del oficialismo, sino de invitar a quienes llevan adelante proyectos populistas en América Latina a interpretar con sensatez y serenidad unos resultados que no solamente expresan el sentimiento mayoritario del pueblo sino que obligan a una profunda reflexión acerca del ejercicio del poder desde el clientelismo y el aplauso fácil.
Tras la dura derrota, el primer impacto de los resultados fue la renuncia del ex mandatario Néstor Kirchner a la Presidencia del partido gobernante y la dimisión de gobernantes y miembros del Gabinete de Cristina, presidenta de la República y esposa del ex Jefe de Estado.
Esa debacle electoral debe ser analizada en América Latina como un triunfo del pluralismo y la deliberación, pues lo sucedido en Argentina es una lección para quienes pretenden perpetuarse en el Gobierno a base de mecanismos que podrían calificarse como legales -han sido impuestos por ellos mismos desde las mayorías legislativas- pero que chocan con las más elementales normas éticas.
No es democrático, por ejemplo, intentar mantenerse en el poder con actitudes intolerantes, atentando contra la libertad de expresión de los ciudadanos, cercando a la prensa con leyes intimidatorias y persiguiendo judicialmente a los opositores. El pueblo argentino acaba de dar una lección democrática a la región y lo pertinente sería que tanto los gobiernos como los pueblos latinoamericanos aprendan de ella.