Puedo escribir los versos más tristes esta larga noche neoliberal. Continúan las secuelas del 30-S. Las dos últimas fueron fatales para los ex policías, hoy burócratas de la secretaría de ropa interior. La primera secuela fue precisamente ese cambio que parece ‘cacho’.
Bien dicen que si los antiguos resucitaran, volverían a caer fulminados, al ver cuánto hemos resbalado. Si ese gran ecuatoriano, Alberto Enríquez (no confundir con Alberto Acosta, aunque ambos tengan nexos sangolquileños) regresara a la vida… Mi general Enríquez, de seguro, se vuelve a morir con un infarto, al ver en qué quedó su querida Policía. Pero peor es la segunda secuela.
En todo el mundo civilizado, los policías que cometen faltas (o que son acusados de faltas) van a una cárcel diferente, para que los delincuentes no los masacren. De lo contrario, nadie va a querer ser policía, excepto los pillos (como pasó en la Alemania nazi). Acaban de meter presos a policías con delincuentes comunes. Eso es un atropello grave, aunque no tan grave como el atropello del carro fantasma de la Fiscalía, hace un año. ¡Que no hubo atropello! ¿Y la difunta? Caretucos, los ecuatorianos somos buenos, no tontos. Sabemos quién era ‘pez antes’.
Dos golpes y la Policía se acabó. Pero el 30-S también hubo protestantes aéreos (o católicos que protestaban en el aire). A los que bloquearon la pista, y no la pista de baile, ya mismo les alcanza el brazo del Rey’