Dos conciertos en el Teatro Nacional Sucre y cuatro noches de ‘jam sessions’ en el bar Vox Populi. Estos fueron los orígenes del Ecuador Jazz, que en el 2004 presentó su primera cartelera con músicos y bandas como Joan Díaz, Perico Sambeat, Fauna y Sergio Lavia. Ahora, un decenio después, la oferta de este festival se extiende a dos semanas de presentaciones, clases magistrales, clínicas y sesiones para improvisar con más de una treintena de músicos nacionales y extranjeros.
La ecléctica propuesta de este festival lo ha posicionado como uno de los más fuertes de Sudamérica. Junto al Jazz en Lima (XXIII edición); Jazz al Parque (Bogotá, XVIII edición); Buenos Aires Jazz Festival (desde 2002); el Ecuador Jazz ahora forma parte de la agenda de productores y gestores culturales, quienes aprovechan el paso por Quito de músicos como Randy Brecker, Sharon Jones, Trombone Shorty o John Scofield para concretar funciones para sus propios festivales. En ese sentido, parte del jazz que se escucha en la región ahora se negocia desde el país.
Este no es el único punto sobre el cual reflexiona Chía Patiño, actual directora del Ecuador Jazz. Luego de cuatro años en la organización de este festival, ella destaca el intercambio entre músicos. Si en sus inicios se pensaba que este encuentro servía como plataforma para que los intérpretes nacionales conocieran el jazz que se trabajaba en Estados Unidos, Cuba o España, en la actualidad son los invitados internacionales quienes prestan atención a lo que hacen las agrupaciones ecuatorianas sobre el escenario. O, más bien, es una cuestión de doble vía: cuando las luces del teatro se apagan, todos tienen la oportunidad de juntarse en una ‘jam session’, sin que importen estilos o nacionalidad.
Una de las riquezas del festival ha sido, a razón de Julio Bueno, su creador, fomentar el conocimiento. Las clases magistrales y las clínicas son espacios para aprender nuevas formas de hacer música. Y no solo por la presencia de los maestros extranjeros. Entre las distintas escuelas de jazz de la ciudad (Universidad San Francisco, Universidad de las Américas, Conservatorio Nacional de Música, Mozarte, Franz Liszt…) también se manejan conceptos que son compartidos en aquellos momentos.
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Existe un antes y un después del festival. Bien puede hablar de esto Jay Byron, director de la Escuela de Música de la UDLA, quien ha experimentado de cerca lo que brinda esta cita. En sus inicios, el Ecuador Jazz convocaba a un público bastante reducido. Hacia el 2013 la situación cambió. Noches de concierto con teatro repleto hablan de cómo este festival ha ido cautivando a gran cantidad de espectadores (según Patiño, las funciones de las últimas ediciones llenaron un 80% del teatro). Esto implica que desde el Ecuador Jazz se crea una demanda de músicos para satisfacer a los fanáticos. Y con esto se apoya, paralelamente, a lo que se hace desde la academia. Si en las universidades se forman nuevos talentos, en este encuentro ellos juntan un espacio para exponerse. Patiño, en tono humorístico, se refiere a esto como la desaparición de los músicos clásicos.
Pero no es tan descabellado el comentario de Patiño. Byron dice que “el jazz es la música clásica moderna”. Y en ese sentido, Bueno, director ejecutivo de la Orquesta Sinfónica Nacional, no pierde la oportunidad de presentar a su agrupación dentro de la cartelera del Ecuador Jazz. Para él existe una intensa conexión entre este género y lo sinfónico. El festival, comenta, ha sido una oportunidad para remozar el concepto de lo que se entiende por música culta.
Experiencia, exposición y educación son los tres pilares del Ecuador Jazz. Un decenio después, el festival sigue alimentando a los ecuatorianos con nuevas formas de acercarse a este género. Ahora, con una muestra de cine y jazz, este festival ha encontrado otra oportunidad para posicionarse en el país y la región.
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