El dedo siempre debe estar cerca del gatillo del fusil. Esa es la consigna que tienen los militares cuando ingresan a los barrios más peligrosos de Esmeraldas. Los uniformados saben que esos sitios se han convertido en los territorios de las mafias y de las bandas criminales más poderosas del Ecuador.
Por eso, sus movimientos son coordinados y rápidos para reaccionar frente a cualquier ataque armado. Todo empieza al caer la noche. A las 19:00, en una unidad militar del sur de la ciudad, los uniformados se preparan.
Se colocan un pesado chaleco antibalas y en los compartimentos colocan cuatro alimentadoras con municiones. Cada uno porta al menos 60 cartuchos. Eso hace que cada militar lleve en su pecho por lo menos unas 40 libras de peso. A esas se suman cuatro libras más que deben llevar en su cabeza todo el tiempo, pues ese es el peso de un casco keblar, de un material muy resistente y capaz de desviar un disparo a larga distancia.
Pero antes de ponerse esta protección, los militares se colocan pasamontañas para evitar ser identificados por las mafias. Para completar todo ese equipamiento, los uniformados portan un fusil. La mayoría tienen M4, pero también hay HK. Son armamentos de grueso calibre que se utilizan en zonas de guerra.
Pero en Ecuador ahora se emplean contra las bandas delictivas que se han tomado los barrios de las provincias asentadas en el perfil costanero. Esmeraldas es una de estas.
Listos para una guerra
Los altos índices de muertes violentas y múltiples delitos, en el último año, han obligado al Gobierno a trasladar a esa zona a 1 500 militares. Ellos conforman la Fuerza de Tarea Conjunta, un organismo militar de alto nivel que arrancó con operaciones en junio pasado.
Esta Fuerza está integrada por militares de las tres ramas de las Fuerzas Armadas (Ejército, Marina y FAE). Son uniformados con alto grado de preparación. La mayoría conforman grupos élites y de comandos. Y hoy por hoy se han convertido en la última esperanza de los pobladores de la provincia, pues son los únicos que ingresan a los barrios conflictivos.
De hecho, los uniformados están encargados de escoltar a funcionarios como recolectores de basura, personal de las compañías de servicios básicos y hasta los médicos cuando están en campañas de salud. Sin ese resguardo, no hay garantías de seguridad para el ingreso de los profesionales.
¿Cómo ingresan a los barrios?
Son operaciones de alto riesgo que se ejecutan de forma rápida. En cada operativo se movilizan en camionetas. En los vehículos van hasta ocho uniformados. EL COMERCIO acompañó a un equipo de la Fuerza Aérea a una de estas incursiones nocturnas.
Antes de comenzar, un oficial advierte a los soldados que estén atentos y recuerda que hace una semana los miembros de bandas delictivas dispararon a una de las camionetas. “La bala pasó por en medio del chofer y el copiloto”. Luego dice que el objetivo es llegar a Santa Marta, un barrio acantonado en las riberas del río Esmeraldas.
Su ubicación hace de este lugar un fortín estratégico para el almacenamiento de droga, armas, explosivos, productos químicos… Por eso, los uniformados apagan las luces de los carros para ingresar sigilosamente.
Por radio se comunican entre cada camioneta para que avancen hasta el fondo. La tensión se incrementa cuando la gente empieza a gritar sonidos indescriptibles. Son mensajes para avisar a los integrantes de las bandas que los militares están llegando.
En ese momento, los uniformados aceleran los carros y se introducen en los callejones de tierra de los sectores ribereños. En cuestión de segundos llegan a sitios oscuros y casas aparentemente abandonadas. Encuentran rastros de droga y una funda con material explosivo.
En cada instante, los uniformados no dejan de empuñar sus armas y de ver por todas partes. Miran constantemente a los techos, pues desde allí han sido atacados por las bandas. Los soldados saben que no pueden quedarse en un sitio por más de tres minutos. La gente empieza a salir de las casas y a rodearlos.
Los uniformados dicen que cuando detienen a algún sospechoso, tienen que salir de inmediato, pues el tumulto intenta atacarlos para defender a los aprehendidos y a otros sospechosos.
Poco sueño y alejados de sus familias
Mientras las camionetas van avanzando, los militares cuentan que ellos llegaron a Esmeraldas desde distintos sectores.
La mayoría son de unidades especiales de Latacunga. Cambiar el frío por el calor no ha sido sencillo, sobre todo en los primeros meses.
Pero ahora están acostumbrados, a pesar de que en Esmeraldas la temperatura llega hasta los 35°C. Otro aspecto que les cuesta a los miembros de la Fuerza de Tarea es estar alejados de sus familias. “En mi casa saben que estoy acá cumpliendo una misión y es cuidar a la gente. Siempre me dicen que me cuide y que oran por mí”, señala un cabo segundo.
Otro de sus compañeros, en cambio, cuenta que se casó hace un mes y que habla con su esposa todos los días. Ella le espera en Quito, adonde viaja cada 21 días. En una situación similar está otro cabo. Él tiene 26 años y dejó a su esposa y a su pequeño hijo de un año por patrullar en Esmeraldas.
El uniformado cuenta que antes de cada operativo les llama y los mira por teléfono. Con su madre también conversa. “Toda mi familia es creyente en Dios. Yo siempre oro para que me proteja a mí y a mis compañeros y poder regresar con nuestras familias”, dice.
Visita nuestros portales: