Miriam Haro escuchó un fuerte estallido cerca de las 12:30 de ayer, 2 de febrero, luego sintió que la tierra latía en las faldas del volcán Tungurahua.
Como todos los fines de semana, ella se dedicó a mudar las 10 cabezas de ganado que tiene en la comunidad de Punzupala, de la parroquia Puela, al pie del coloso. Pero la salud de su hija Doménica, de 7 años, le obligó a radicarse en uno de los tres reasentamientos que hay en el cantón Penipe, en Chimborazo. Allí vive también con Sebastián, su hijo de 13 años.
Se acostumbró a subir y bajar, según la actividad de la Mama Tungurahua. Va en bus hasta Palictahua y luego camina montaña arriba por hora y media a la casa en donde aún viven su hermano y su madre. Ellos trabajan en el campo.
La reactivación del Tungurahua, desde el jueves 30 de enero del 2014, apenas asusta a sus vecinos de toda la vida, que cada vez son menos. En la parroquia Puela, entre el 2001 y el 2010 la población se redujo a la mitad. Los que se quedan no quieren abandonar sus hogares.
En la provincia de Chimborazo hay seis albergues acondicionados para recibir a las personas que deben evacuar por cada reactivación del volcán, desde 1999. El más grande está en Riobamba, hay dos en Guano y tres en Penipe.
En uno de ellos, solo nueve personas del Pungal se refugiaron tras las fuertes explosiones de la tarde del sábado 1 de febrero.
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Dina Valdivieso, de 75 años, es una de las personas que solo sale de su casa, en la parte baja de Punsupala, cuando los bramidos y ‘cañonazos’ suben de intensidad. La tarde del sábado, pasadas las 17:00, decidió ir a Penipe para dormir con su hija Miryam, quien vive en la etapa 1 del reasentamiento Buen Samaritano. La suya es una de las 1 00 viviendas que esta fundación entregó a los habitantes de las comunidades en riesgo.
Ellos construyeron durante ocho meses las paredes que ahora los protegen.
Esta urbanización está junto al cementerio de la localidad. Los niños aprovechan las vacaciones de fin de quinquemestre y no les importa la ceniza.
En los pequeños poblados en las laderas del volcán casi todos se conocen, pese a los constantes cambios de vivienda. Ángel Medina, de 79 años, vivía en Anabá, pero tuvo que dejar su casa. Vivió en Riobamba, Guayaquil y Chunchi hasta que hace ocho años recibió una de las 45 casas que la Fundación Esquel entregó en La Victoria de Nabuzo, en Puzuca.
Él está contento allí porque hay terrenos grandes para que cada familia pueda continuar trabajando en la agricultura. Además, hay una casa comunal, un centro de cómputo y un dispensario médico.
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Enma Cifuentes también decidió bajar a Penipe, para estar tranquila con sus hijos de 10, 8 y 4 años. Ella trabaja ocasionalmente sembrando maíz, papas y ganado, por USD 10 diarios. “Acá en Penipe no hay trabajo. Me arreglo con eso y con la pensión que me da el papá de mi hijo chiquito”.
Acostumbrarse a nuevas rutinas y nuevos vecinos ha sido un reto para los habitantes de la zona alta de Penipe. Pero están contentos en sus casas. Debieron adaptarse a una nueva vida, a cambio de tranquilidad.
Ganaderos a venden una parte de sus animales
La noche del sábado 1 y la mañana de ayer, 2 de febrero, el material volcánico se precipitó en el cantón agrícola y ganadero de Quero, ubicado al sur occidente del volcán. Gladys Sánchez, habitante de la comunidad El Santuario, comentó que los cañonazos del Tungurahua le impidieron conciliar el sueño.
La dueña de 30 vacas y sembríos de cebollas se mostró preocupada por las secuelas que pudiera tener en la producción lechera. Los 20 semovientes producen alrededor de 200 litros diarios. “Con la caída del material volcánico, las vacas dejarán de producir el 50%”.
En este pueblo de casas dispersas, los habitantes se levantaron ayer para hacer la limpieza del material acumulado. Mariana Olmedo, de la comuna El Guanto, sacudía con una hoz la alfalfa para alimentar a sus cinco vacas y evitar que ingieran el polvo. “En los próximos días los animales se flaquearán. Esperamos que nos llegue ayuda urgente, caso contrario deberé venderlos en la feria”, comentó angustiada.
En el centro de Quero, la feria de animales se cumpló ayer con normalidad desde las 06:00. En la explanada de tierra, separada por pequeñas murallas de madera, la oferta de animales se incrementó. Diego Arévalo, un agricultor de 24 años, teme quedarse sin pasto para sus animales, por lo que vendió un toro y dos vacas.
El alcalde de Quero, Raúl Gavilánez, está recibiendo informes periódicos del Ministerio de Agricultura para direccionar la ayuda a los ganaderos. Tarros con melaza y rechazo de plátano serán el apoyo que recibirán los habitantes de las zonas afectadas.
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