El síndrome de la ‘cara vacía’ puede revelar otros miedos, además del temor a contagiarse de covid. Sobre todo en un grupo con características tan particulares como el de los adolescentes.
Luego de dos años de usar la mascarilla, en los países donde ya existe la opción de quitarse este accesorio de protección en público se ha detectado en los jóvenes resistencia a abandonarla. La razón para no dejarla va, en muchos casos, más allá del riesgo biológico y se ubica en el plano emocional.
Evidencia temor al rechazo, vergüenza, falta de aceptación, inseguridad, entre otras carencias provocadas por el regreso de los adolescentes a entornos de presión, como puede ser el ambiente educativo, explica la profesora de la Universidad Internacional SEK, María Elena Narváez, magíster en Comunicación Especializada.
Parte de las causas de la negativa a dejar el tapabocas son los cambios usuales que se producen a esta edad, como son el aparecimiento de vello facial o acné.
En las clases presenciales estas variaciones son paulatinas y se hacen evidentes día tras día, por lo que todos se acostumbran, pero con el abrupto ingreso a la virtualidad, además del distanciamiento y la recomendación de quedarse en casa, no ha ocurrido así.
Los chicos dejaron de verse personalmente cuando tenían un determinado aspecto físico y volvieron a encontrarse ahora que tienen otro. En el contacto virtual tampoco eran tan perceptibles estos cambios porque se podía apagar las cámaras, usar filtros e incluso la calidad de los dispositivos, en muchos casos, dificultaba la visión del rostro al detalle.
Asimismo en el inicio del regreso a la presencialidad todavía les quedaba la mascarilla como alternativa para ocultarse un poco, pero ahora que esta es opcional, esa barrera desaparece y se generan los conflictos y la rebeldía.
Es una situación paradójica, señala María Campo Martínez, directora pedagógica de Eduka & Nature y profesora de la Universidad Internacional de la Rioja, porque, cuando empezó la obligatoriedad de llevarla, eran ellos los que menos querían hacerlo.
No es que la mascarilla haya provocado las dificultades, aclara la docente, sino que, ante su timidez e inseguridad, el tapabocas les servió de protección. Con el tapabocas han permanecido, de alguna manera, en una zona de confort, acota. “Hay niños que dicen prefiero llevarla porque me da vergüenza, no quiero que me vean la cara, soy muy feo, se van a reír de mí, es que no saben que llevo brackets”, asegura Campo.
Además de la parte emocional, el síndrome de la ‘cara vacía’ puede repercutir en el rendimiento educativo porque el estudiante preferirá limitar su participación en el aula antes que enfrentarse a la posibilidad de que se le pida dejar por un momento la mascarilla para mejorar la interaccción. Aunque todavía la utilización del accesorio es voluntaria.
Producto de la incomodidad por retirarse el tapabocas es el sonrojarse, el cubrirse con la camiseta o con la capucha la cara, encorvarse, mantener la cabeza caída y la mirada en el suelo, el nerviosismo y la ansiedad. Se hace evidente un retraimiento importante en el adolescente por una inadecuada gestión emocional.
A criterio de Narváez, así como ocurre en la actualidad con el síndrome de la ‘cara vacía’, en la pospandemia se presentarán más problemas psicológicos que se tendrán que considerar. En el entorno educativo no solo habrá estudiantes que perdieron familiares, sino que se contagiaron y, por lo tanto, con posibles niveles de hipocondría que se deberá tratar y acompañar para gestionar.