En nuestro país 2 653 420 ecuatorianos son padres y cada uno de ellos tiene dos hijos en promedio.
A papá lo recordamos por el trabajo que tenía cuando éramos niños; también por su entrega, sacrificio y los desvelos para que la familia tenga bienestar.
Pero, sobre todo, se lo recuerda por las enseñanzas que deja en nuestras vidas. Las habilidades y la personalidad futura estarán muy ‘afectadas’ por el cariño recibido, los aprendizajes obtenidos de él y el carácter que comparte ante alegrías y tristezas que se presentan.
Las enseñanzas son bien recordadas por los hijos. Padres amorosos comparten lo que saben y terminan siendo profesores de natación y fútbol, expertos improvisados a la hora de enseñar a montar bicicleta, a conducir un auto, o a practicar algún deporte. Pero también nos enseñan a cuidarnos y a ser precavidos de diferentes maneras.
Las primeras experiencias en espectáculos culturales, escenarios deportivos, contacto con la naturaleza, actividades lúdicas y espacios de sociabilización también suelen ser responsabilidad paterna. Esos hechos siguen presentes en nuestra memoria cuando todavía tenemos cerca a nuestro progenitor o cuando ya ha partido.
Los hay perfectos y otros no tanto, pero siempre su amor, su recuerdo y sus enseñanzas perduran en nuestra memoria.
Gracias padre por enseñarme a ser una mujer fuerte
Padre, sé que no fue fácil para ti el divorcio, que nos separen cuando yo apenas tenía cuatro años de edad, pero así fueron las circunstancias.
La vida siempre nos pone tantas pruebas fuertes para enseñarnos a madurar y fortalecer nuestro corazón, y debemos aprender a superar cada una de ellas.
Recuerdo mucho aquella vez cuando vivía en Manta lejos de ti. Una de muchas navidades me llegó una bicicleta hermosa.
En ese momento yo fui la niña más feliz del mundo, me sentí muy amada por ti y por mi madre. A pesar de las circunstancias lo tenía todo para ser muy feliz.
Preguntaba mucho por ti, pero tú no podías visitarme; tenías ocupaciones en Quito, pero jamás te despreocupaste.
Yo sé que por muchos factores no podías estar cerca de mí, pero siempre estabas presente con cada detalle: tus cartas, los libros que me enviabas, tus mensajes…
Ahora, en la adultez, te doy las gracias Padre mío por compartir, aunque sea a la distancia, tu amor por mí. ¡Gracias!
Papi, cada vez que me realizan alguna entrevista o preparo una charla y preguntan¿por qué? o ¿cómo me motivé para ser una gran deportista? les cuento que fuiste mi impulsador y mi cómplice.
Te dabas modos para hacerme llegar mis implementos deportivos, quién diría que eso fue lo que marcó mi vida para llegar hacia mi destacada trayectoria deportiva.
Me enseñaste, desde niña, a jugar ajedrez. Querías que sea muy intelectual y también me enseñaste a ser fuerte para defenderme en la escuela de los chicos grandes. Siempre fui tu pequeña princesa.
Papi, lo logramos. Ahora soy la mujer intelectual y fuerte que tú querías que sea.
Ni tú ni yo nos habíamos dado cuenta que conjuntamente estábamos yendo por el mismo camino a pesar de no estar cerca. Ser padre no es fácil. ¡Lo sé!
Y menos aún cuando no estás en casa con tu princesa, pero los lazos de sangre y el cariño hicieron que tú seas un muy buen padre y yo una buena hija.
Todo el apoyo que me das, tus sabios consejos y cuidados de padre siempre los llevo conmigo.
También llevo conmigo aquellas bromas que llenaron mi corazón de alegría, como aquel día que me envolviste en papel regalo un libro de terruño (risas).
No podía creer que me darías un regalo así por mi cumpleaños. Reíste tanto al ver mi cara de ¡What! Al final me diste el obsequio que yo quería.
También recuerdo con mucho amor cuando se puso a la moda esa chompa de colores y la buscaste para mí. Te amo padre; aunque no lo diga constantemente debes saber que te amo.
No siempre nos vemos, pero siempre serás mi padre amado. Soy campeona nacional 2021 y campeona mundial Bikini Fitness Master 2018 gracias a ti y para ti padre querido. Te amo.
Espero ser tan increíble como tú con mi hija
Desde que era chiquito siempre fuiste mi ídolo, y hoy sigues siendo mi ejemplo a seguir. Siempre estuviste a mi lado para enseñarme a ser mejor, para darme consejos cuando las cosas salían o no salían bien.
Me enseñaste a luchar por conseguir lo que quiero, a dar siempre más de mí, que siempre ese extra esfuerzo tendrá una mayor recompensa en lo que consiga.
Me demostraste con tu ejemplo que en la vida todo se logra con esfuerzo, disciplina y mucha constancia. Desde chiquito vimos todo el esfuerzo que siempre ponías para que tuviéramos todo.
Te levantabas temprano a trabajar y volvías en la noche, pero siempre llegabas a la casa con una sonrisa, a entregarte por completo a tus hijos. Lo más importante, siempre te preocupaste porque nos sintamos amados y felices.
Eso sí, cuando nos habíamos portado mal o hecho algo malo no faltaba una conversación.
Nunca nos alzaste la mano, pero siempre nos enseñaste la importancia de la disciplina y el respeto.
Ahora que ya soy adulto, 43 años después, sigues entregándote con la misma alegría y sin esperar nada a cambio. Hoy disfruto muchísimo verte con tus nietas, ver cómo les enseñas tantas cosas, al igual que lo hiciste con tus hijos.
Verte con esa sonrisa es un sentimiento de amor indescriptible.
Me apoyaste cuando comencé en el deporte, a pesar de no ser deportista, y siempre he sentido que ese apoyo y energía me ha empujado a vencer mis miedos, mis debilidades y conseguir metas.
En cualquier deporte que decidía meterme me apoyaste. Aún me acuerdo que de guambra trabajamos dos veranos de costaleros en cosechas de maíz para ganarnos plata y yo quería ahorrar eso para comprarme una mejor bicicleta, que era el deporte que me encantaba. Cuando fuimos a ver las bicicletas no me alcanzaba para la que quería, y aún recuerdo tus palabras de apoyo y compromiso.
Me dijiste que por mi esfuerzo me ayudabas a completar la diferencia para tener esa bicicleta.
Igual fue cuando comencé a hacer montaña y no me alcanzaba para el equipo básico y buscaste la forma de ayudarme, pero poniendo en mí esa responsabilidad y compromiso. Me enseñaste que las cosas no son gratis.
Cuando competía no importaba si ganaba o perdía, siempre me hiciste sentir que el resultado era lo de menos y que lo importante era irme orgulloso de haber dado todo de mí, llevarme un aprendizaje de cada experiencia.
Desde chiquito me enseñaste la importancia de los valores en la vida: honestidad, perseverancia, respeto, empatía y tantos otros que veo en ti e intento cada día seguir aprendiendo.
Siempre estaré orgulloso de todo lo que vas dejando en la vida. Hoy que soy papá solo espero ser tan increíble con mi hija y enseñarle tantas cosas buenas como lo hiciste tú con conmigo.
“Siempre estaré orgulloso de todo lo que vas dejando en la vida, en todas las personas que te conocen. Das lo mejor de ti sin esperar nada a cambio”. Martín Sáenz, deportista de aventura.
Hay objetos que ayudan a asir la historia personal
Sobre el antiguo piano de mi abuela Margarita está esta foto donde aparece mi papá. El fondo es un paisaje de estudio y, en el centro, él, sentado detrás de una mesa, escribe sobre un cuaderno gordo. Mientras con la una mano parece dibujar los bigotes de un gato, arrima en la otra su cabeza llena de churos. Los ojos concentrados en el papel no se dejan ver. Tendrá unos dos o tres años.
No sé quién hizo esta foto de este niño tan pequeño, pero sé que en su familia paterna hubo fotógrafos valiosos, que también disfrutó el oficio y que el gusto por capturar las imágenes fue de larga duración en su vida. Capturar, grabar, escribir, coleccionar; no solo fotos. Algunos objetos ayudan a asir momentos de la historia personal y contener el paso del tiempo, así también estos registros pueden hacer que los hechos duren un poco más.
Veo esta foto y me pregunto qué retengo de su vida, de sus lazos con el mundo, de su leyenda familiar. Entonces, repaso las hojas de este álbum. Aquí, mi papá encantado con un cachorro dormido en sus brazos. Aquí, desde un muelle, señala en el mar acaso unos bufeos en movimiento. Es un adolescente alargado, conserva una parte de sus churos. En esta foto posa con otros jugadores de pimpón, pero ninguno le ha ganado a tocar esa bolita sonora. Ahora canta en un barco, cruza el Atlántico divirtiendo a los otros pasajeros. De ese viaje suyo nos quedó el repertorio. Vamos hacia la playa por la Alóag – Santo Domingo, somos una voz de muchas fibras, y este coro feliz hace posible el traslado a la unidad.
Este es mi papá en su escritorio metálico del Diario. Escucho su máquina de escribir en la Chile. Es un periodista entregado. En otra calle de Quito se encuentra con alguien. Un saludo suyo es una celebración. Abre y levanta los brazos en una fiesta afectiva, el encuentro es una suerte de triunfo, el otro es un espejo que alegra la vida. ¿Cómo tener siempre abierto el corazón?, ¿ser en esta montaña un amigo, un abrazo de esperanza?
Veo hacia la cabina del Atahualpa. En este estadio viven las huellas de su voz, su devoción por el trabajo que hemos heredado mis hermanos y yo: ¿cómo trasmitir, interpretar, afirmar la entrega? ¿Cómo celebrar las conquistas de los nosotros, el horizonte ecuatoriano, esta ciudad? ¿Cómo cantar sus utopías, sus derrotas?
De pie frente a su tocadiscos, mi papá ha elegido algunos LP. La música es una nave; los tangos, la puerta de un teatro; la voz, un instrumento que se ofrece desde un lejos entrañable. Ahora está bailando: la mano que sujeta a mi mamá es una golondrina. Esa misma mano sujeta a mis hijas. Y aquí está de nuevo. Dibuja unos gatos asombrosos para los ojos infantiles de mi hermana Maga. Un veloz círculo sobre otro más grande, orejitas, bigotes y cola. Uno último, dice mi hermana, una y otra vez. Y él dibuja. Uno último. Y él dibuja. Uno último.
“Veo hacia la cabina del Atahualpa. En este estadio viven las huellas de su voz, su devoción por el trabajo que hemos heredado mis hermanos y yo”. Margarita Laso, cantante, escritora y productora musical
Gratitud al padre por las enseñanzas en el Ambato natal
Buenos días, buenas tardes o buenas noches. No sé qué horas serán en ese bello lugar en el que te encuentras ahora, disfrutando de la maravilla de la Luz Eterna. Te cuento papi que justo al lado izquierdo de mi comedor tengo un mueble que lo mandé a hacer para las fotos de la familia. A ese lugar le he llamado el Muro del Amor. Ahí están retratos de ti, de mi mami, de mi abuelito Goyo y de mis dos hijitos. Como comprenderás, todos los días que almuerzo en casa te veo en las tres fotografías en las que estás. En la una, cuando me llevas al estadio Bellavista (Ambato) a ver mi primer partido de fútbol; en la segunda, me pones una medalla de honor que me otorgaron en la escuela Juan León Mera; y en la tercera fotografía estas guapísimo, abrazando a mi mami, los dos sentados en una banca del Parque Montalvo, frente a la Catedral de Ambato.
Verás papito, ¿sabes por qué le titulé a esta carta con la palabra ‘gratitud’? Porque quiero aprovechar esta propuesta para agradecerte por todas esas cosas, situaciones, momentos y eventos que tú me enseñaste. Me enseñaste, sin proponértelo, que la joya de ir a ver un partido de fútbol -donde jugaba tu Macará- era el entretiempo, para ir volando donde la ‘casera’ para servirnos nuestro plato insigne de Ambato, tortillas con chorizo y huevo frito. He de hacerte saber papito que como buen ambateño que soy, esa delicia la tengo en el menú de mi casa y cada vez que me sirvo honro tu memoria por la bella experiencia que fue que me llevaras por primera vez al estadio.
Te quiero agradecer también porque me llevaste por primera vez a ver una película, en blanco y negro, que se presentaba en el Teatro Viteri. Era una de Tarzán; tú amorosamente me explicaste que el protagonista era un tal Jhony Weismuller, un extraordinario nadador y que era el rey de la Selva. Después me presentaste ahí a Cantinflas, a Tin Tan y finalmente al Santo, “el enmascarado de plata”. Gracias Pa’ por el tiempo que me dedicaste, por el amor con el que me llevabas al cine. El siguiente paso fue llevarme a conocer lo que eran “las Luchas Libres”. Fue en la cancha del pensionado Mera. En el fragor de una de las peleas dobles, me acuerdo que uno de los enmascarados le asestó tremendo silletazo en la cabeza al Monje Loco, yo me asusté mucho porque fue a escasos metros de donde habías comprado los asientos. El Monje Loco -haciendo honor a su nombre- daba alaridos de furia mostrando la sangre que le salía de la cabeza, a lo cual tú, al ver mi cara de angustia, me dijiste -no te preocupes hijito, todo esto es tongo- No me explicaste el significado de esa palabra, pero me imaginé lo que me querías decir. Me gustaría agradecerte tantas cosas preciosas que me enseñaste, pero me dijeron que no podía pasarme de 2 800 caracteres -que vaina esto de los caracteres- Pero en todo caso, te abrazo desde mi corazón, con inmensa gratitud.
“Gratitud por el amor con el que me enseñaste tantas cosas. Que este amor que guardo para ti, te llegue hasta ese bello lugar en donde hoy te encuentras”. Iván Vallejo Ricaurte, montañista de élite, empresario e ingeniero químico.