Delia Llongo y Honorio Colcha manufacturan las alfombras con la ayuda de sus hijos. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Segundo Colcha y su esposa Delia Llongo son tejedores expertos. Sus dedos se mueven con agilidad y logran hacer hasta 190 nudos por minuto en los telares de su taller.
Ellos son de los pocos artesanos de Guano, un cantón de Chimborazo, que conservan vivo el arte de las alfombras hechas en telares. Sus manos habilidosas fabricaron una alfombra de 160 metros que, desde agosto pasado, se exhibe en el salón principal del Palacio de Najas, en Quito.
Esa es la alfombra más grande que han hecho en los más de 50 años que llevan dedicados al negocio. Antes de recibir ese pedido, las alfombras más grandes que habían entregado medían hasta nueve metros.
“Fue un reto para la familia, pero no tuvimos miedo, sabíamos que íbamos a lograrlo”, dice Segundo, quien a sus 74 años todavía se considera fuerte para el trabajo y ni siquiera puede imaginar el día en que dejará de hacerlo.
Empezó a tejer a los nueve años, aunque aprendió mucho antes. Sus primeros recuerdos lo remontan al patio de tierra de su antigua casa, allí se clavaban dos troncos grandes que servían para sostener el telar.
“Mi papá murió y nos tocó empezar a trabajar en los telares. No tuvimos otra opción”.
La historia de su esposa Delia, de 72 años, es similar. Ella recuerda que al igual que la mayoría de jóvenes del Guano de antaño, no pudo estudiar, pero sus padres le heredaron un oficio útil para que pudiera subsistir. Ella tiene las manos ásperas por todos los años que le ha dedicado al oficio.
La técnica consiste en envolver con los dedos cada hebra de lana en el telar. Usa -para ese trabajo- hilos de colores hechos con fibras de lana de borrego. “Este es el nudo simple, redondo”, cuenta sin descuidar la alfombra que teje en compañía de su esposo.
Delia dice que el truco está en seguir cuidadosamente los patrones para que las figuras tengan formas exactas, aunque ella casi no necesita verlos, porque con el tiempo los grabó en su memoria.
Una alfombra normal mide 1,60 metros y está lista en cinco o seis días de trabajo. Pero la alfombra que decora el salón de los próceres en Najas, requirió casi ocho meses de trabajo y apoyo de toda la familia.
Cada uno de los siete miembros aportó. Mientras dos de ellos hicieron el diseño e imprimieron en planos gigantes el patrón con las figuras, que representaron la flora andina del Ecuador, el resto se turnó para trabajar en el telar.
Fueron al menos 10 horas diarias de trabajo para que la alfombra estuviera lista a tiempo. Segundo, Delia y tres de sus hijos pasaban las horas sentados en pequeños bancos de madera y troncos de árboles, anudando punto por punto los hilos de tonos naranjas, rojos, grises, blancos y ocres, hasta formar las figuras.
Durante las jornadas de trabajo la familia compartió risas y anécdotas. Las largas conversaciones les ayudaron a sobrellevar la incomodidad de los asientos y la presión del tiempo de entrega de la obra.
La gigantesca alfombra llegó a ser tan pesada que fue necesario colocar una estructura metálica que sostuviera el rústico telar de 53 años de antigüedad. El artefacto se colocó en el taller familiar, situado en un pequeño espacio entre la entrada de la casa y el garaje.
Ese se convirtió en el sitio más concurrido de la casa. Tiene paredes de ladrillos y bloques, y piso de concreto. Para volverlo más acogedor, la familia lo revistió con esteras de totora que conservan el calor.
Para elaborar la alfombra también se necesitaron unos 15 quintales de lana y otros 15 de hilo chillo, que se usa como estructura del tejido. El trabajo tuvo que hacerse en seis fragmentos.
Transportar la alfombra a Quito, a tiempo para la inauguración, fue otro desafío. La familia recibió la ayuda del Municipio de Guano, que apoyó con la movilización del tapete que supera las 600 libras.
“Era tan grande, que las fuerzas de los seis no eran suficientes para sostenerla. Estamos muy agradecidos por la ayuda que recibimos, eso nos permitió terminar el trabajo”, dice Laura Colcha, gerente de la microempresa familiar que se llama La Guaneñita.
Ella admite que lo más complicado de esta obra fue entregarla a tiempo. “Cada semana nos llamaba el diseñador para ver cómo iba el trabajo. Parecía que no íbamos a terminar”.
Ocho meses después, la familia celebró la entrega con una comida especial. No quisieron revelar cuánto costó la alfombra, pero dicen que en promedio un metro cuadrado cuesta USD 100, aunque el precio depende del diseño.
La familia ya ha realizado otros trabajos que han sido galardonados por instituciones como el Municipio de Guano, el Ministerio de la Producción, que les otorgó la estatuilla Sumak Maki en el 2011, entre otras entidades. Pero el premio más importante que han recibido es el reconocimiento que ese mismo año les otorgó Unesco por la preservación de oficios tradicionales y la conservación de la cultura.
El premio lo obtuvieron por una alfombra de 1,60 x 90 cm. que representa la fauna andina. Se exhibe en la sede de la Unesco, en París.