Hoy, 6 de diciembre, CDLXXVI aniversario de San Francisco de Quito, todos los quiteños estamos de fiesta al recordar un aniversario más de la fundación española de la ciudad, en el sitio mismo donde estaba la Ciudad Sagrada de los Hijos del Sol, valerosamente defendida por Apu Rumiñahui. Nación indo-hispana, como somos, la fiesta se extiende a todos los quitenses, es decirlos nacidos en el territorio de la Real Audiencia y Presidencia de Quito, creada por Felipe II mediante Cédula Real en 1563,y los provenientes del antiguo Reino de Quito, forjado por los Caras y los remotos Quitus, cuya antiguedad se pierde en la aurora de los tiempos páleoindios.
La historia investiga todas esas realidades, componentes de nuestra nación ecuatoriana y destaca, en su trayectoria, los principales hechos generales y los personajes cimeros. Y aunque solo logra trazar grandes brochazos, desbroza caminos para que nuevos investigadores examinen también, como sujetos de análisis, la fe, la cultura, la economía, el arte, los líderes sectoriales o regionales y cien especialidades más quedan a la historiografía un atractivo creciente.
También las personas individuales y los grupos sociales tienen su propia historia: la cumplen de año en año y la van acrecentando, ya sea solamente con el pasar del tiempo, ya con la trascendencia de los acontecimientos en que intervienen: he allí, por ejemplo, las ‘hojas de vida’, los currículos, los palmarés. Debería historiarse de modo permanente la presencia de personas que se distinguieron no solo como participantes en hechos cumbre, de significativa influencia social, sino también en el cuotidiano quehacer, en los diarios servicios, oficios, alegrías, descansos, fiestas, penas, sufrimientos y dolores. ¿Por qué no-reflexiono- una historia de personas próximas a cumplir un siglo de vida, o que lo acaban de cumplir, verdaderas joyas de la sociedad? ¿Por qué dejar que pase el tiempo para rendirles homenajes?
Pienso al respecto, por ejemplo, en Manuel de Guzmán y Polanco, que hace poco rindió tributo a la muerte, superados los 90 de edad, o D. Vicente Carrión, lúcido aún cuando falleció a los102 años, uno y otro rodeados de sus familias. Miro y admiro, enhiestos como robles, firmes todavía en su alta labor académica, a Carlos Joaquín Córdova Malo, a los 93 y Gustavo Alfredo Jácome, a los 98. Y pienso, en estos mismos días, en Francisco López Campana, nacido el 3 de diciembre de 1911, en una casa de la Plaza del Teatro, contador comercial por el Pensionado La Salle, estudios de especialización en Luisiana y Washington, profesor de inglés en el Colegio Mejía, Concejal de Quito; contable en The Shell Co. Y AID/USA, agricultor y ganadero; pero, sobre todo, atleta ejemplar, partícipe en 1938 en la I Olimpiada Bolivariana en Bogotá, ídolo del fútbol quiteño en el célebre Club El Gladiador pero, sobre todo, fundador del Aucas Club.