Ollanta Humala Tasso ya está en el poder. La ceremonia fue excelente, con más aplausos que abucheos. Su discurso y su primer día fueron seguidos con interés, en vista de que ejerce el mando de un país difícil, tratando de cumplir –o por lo menos no enojarse- con dos sectores: con el empresariado que casi se cae de patas cuando Ollanta triunfó en las elecciones y con los pobres del país, que forman la tercera parte de la población.
Eso no es una gran novedad en un país latinoamericano, pero en el Perú cuenta más porque el país creció económicamente en los últimos años, luego de que hace una veintena el presidente Alan García le dejó quebrado. En su último período don Alan anunció que la pobreza había bajado del 54.7% al 31.3 y que el crecimiento fue de un 7.2 en promedio. Pero ese 31.3% es –como se dijo antes- la tercera parte de la peruanidad y sus votos y justas protestas dieron el triunfo a Humala.
Ollanta falló en su candidatura de hace cinco años presentándose como un revolucionario chavista de peso. Pero, dando paso a su nueva profesión -equilibrista- dio un giro y para este nuevo intento recorrió el Perú con el letrero de “soy lulista” y en vez de una revolución estentórea, caudillista y antiempresarial proclamó el lema de Lula: crecimiento económico e inclusión social. Le fue bien pero vino la hora de llevar la palabra a la práctica. Humala presentó un equipo de trabajo que fue bien recibido por la derecha y, para mantener el equilibrio y cumplir con sus ofertas, el domingo anunció una cadena de temas sociales, comenzando con un incremento salarial de 200 dólares –en soles, claro-, pero no “de golpe” sino en dos partes, algo que no gustó a los trabajadores.
Humala no plantea su gobierno como un tema de equilibrio simplista sino de pragmatismo. El país está subiendo gracias, entre otras cosas, a que maneja un modelo desde hace veinte años y esa estabilidad ha impulsado la inversión extranjera y, por lo tanto, la presencia de empresas extranjeras, entre ellas bastantes chilenas y cierto número de ecuatorianas. El programa de Humala contempla, por cierto, un amplio aporte a favor de los sectores de pobreza, como se dio en Brasil. No hay que olvidar que el profesor Lula es uno de los mejores equilibristas del mundo.
Humala fue muy aplaudido, por cierto, en su posesión. Pero no faltó la bronca. Fue cuando dijo que gobernaría con la Constitución de 1979 y no con la de 1993. Es decir, repudió a la Carta Política expedida en tiempos de Alberto Fujimori.
El bloque de Alberto y Keiko protestó bulliciosa y airadamente. El fujimorismo será, pues, el adversario de Humala estos cinco años, como los gobernantes lo tienen de acuerdo a sus intereses u odios: los Castro y Chávez a Estados Unidos y el presidente Correa a la prensa. El “caso Humala” se presenta, en síntesis, muy interesante y Ecuador lo sigue de cerca.