El país está mal por muchos lados. Uno de ellos, el ánimo. La pandemia nos dejó con un enorme porcentaje de la población enferma de la mente: depresión, agresividad y cansancio. Pero además otros problemas subjetivos viejos que se han activado: identidad ambivalente y débil, propensión a la queja constante, deterioro de los valores, discriminación, racismo, falta total de sentido de destino. Como colectividad cada vez sabemos menos de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos.
Sin duda estos viejos factores se han agravado por incidencia de la sociedad de la hiperinformación, del escándalo, del rendimiento, del ultra individualismo, que redundan en modificaciones sustantivas de las familias que ya estaban desestructuradas, en proyectos de vida sin rumbo, y en la irrefrenable crisis de la educación.
Viejos problemas en medio de escenarios que se modifican frenéticamente. Si la escuela era una institución agotada hace décadas, hoy se percibe más su anquilosamiento. Las fórmulas de solución que pasaban por modernas hace 10 años, hoy son caducas.
De por sí la escuela siempre fue una institución conservadora, que le hace el juego a una sociedad, por ahora en Ecuador, más tradicionalista y a un estado más disfuncional. En nuestro caso, la transformación no vendrá por mucho tiempo ni del Estado ni de la sociedad. ¿Podría venir del seno del sistema educativo?
En estos días en la PUCE se llevó a cabo un conversatorio de maestros de colegios compartiendo sus problemas y sus innovaciones en el ámbito de la enseñanza y aprendizaje de la Historia. Si estos espacios se multiplicaran, sin duda se activaría un movimiento de cambio desde las aulas, que podría entre otras cosas romper el hielo entre universidad y escuela, fomentando aprendizajes mutuos, acercando los últimos descubrimientos de la Historia, para la formación actualizada de docentes, elaboración textos y material educativo que fomenten el pensamiento crítico y estratégico, los valores y aumente el ánimo.