Roban toneladas de drogas decomisadas de una bodega estatal. Un notorio prófugo de la justicia ingresa varias veces al Ministerio de Defensa, y escapa mientras sus cómplices son detenidos en ese lugar con bolsas de dinero. Pocos días más tarde aparece muerto. Un juez de Manglaralto, sin tener competencia y en tiempo récord, concede un hábeas corpus a Jorge Glas, quien cumple dos condenas -ejecutoriadas-, y tiene una tercera pendiente de confirmación, todas por graves casos de corrupción. En principio una decisión judicial con la que nada tiene que ver el Ejecutivo; sin embargo, todo parece señalar que es resultado de un pacto político; solo así podría explicarse la forma que la SNAI, una oficina dependiente del Ejecutivo -no- se defendió ante el incompetente juez, y la agilidad con la que ejecutó una orden judicial de liberación que no cumplía requisitos legales mínimos.
Tres hechos, ejemplos notorios de una situación que a muchos nos ha provocado asco: asco que se siente por la venalidad de muchos jueces y fiscales que “venden” justicia al mejor postor, que luego se exhiben impunemente con bienes que son imposibles de pagar con sus ingresos legales; asco por una política que se presenta sin límites éticos, que también parece puesta a la venta, al mejor postor cuando se quiere obtener un resultado; asco por la corrupción, la inercia, la complicidad, el silencio, la desmemoria y la mentira.
Mi voto por Lasso, como el de otros, contenía un mensaje claro: era un no al regreso de una forma de hacer política autoritaria y corrupta. Me sumé a las muchas voluntades que vislumbraban que con el regreso del correísmo se abría un camino a la impunidad de actos graves de corrupción, una corrupción evidente y grosera, que por las confesiones que se dan en otro país, con otra justicia, confirma su gravedad y profundidad; una corrupción que la incesante propaganda quiere presentar como persecución política.
Siento asco, porque con la indignación no alcanza para expresar el repudio frente a lo que sucede.