Hace unas semanas, en esta columna me referà a las graves secuelas que ha traÃdo la pandemia del covid-19. Además de la implosión económica, la grave afectación social y el impacto en los sistemas sociales, están las consecuencias en los sistemas polÃticos, en los liderazgos de los estados y en los regÃmenes liberales democráticos, cuyos efectos han sido perversos, por decir lo menos.
La regresión de casi veinte años en el desarrollo y el incremento del desempleo, la pobreza y el hambre han provocado frustración e inestabilidad en todas las personas, en muchos casos, incluso en su salud mental. Las mujeres y hombres del mundo se encuentran en una situación de insatisfacción con los estamentos del poder polÃtico en todo el orbe. La situación ha degenerado en convulsiones sociales, cambios del péndulo polÃtico y niveles insostenibles de violencia contra la ciudadanÃa.
Los pueblos reclaman liderazgos de estadistas visionarios, mientras los aparatos polÃticos se hallan anquilosados en las viejas contiendas del poder y en las luchas fratricidas que anteponen sus intereses seculares a los intereses del pueblo.
Para colmar este triste momento, la Federación de Rusia, miembro permanente del Consejo de Seguridad, invade Ucrania y agrava la situación global con una guerra absurda, con funestas consecuencias para la mayorÃa de los paÃses del mundo.
Los pueblos del mundo se preguntan, ¿cuál de los liderazgos y sistemas de gobierno, sean éstos democracias liberales o regÃmenes autoritarios, pueden solucionar una problemática tan grave? Allà es cuando el populismo y el mesianismo cosechan la insatisfacción del conglomerado humano, que clama por soluciones a una problemática estructural y coyuntural de dimensiones inconmensurables.
Sin duda, cuando se escriba la historia de esta etapa tan compleja, se destacarán los hombres y mujeres que supieron guiar a sus pueblos por el sendero de la resiliencia y la superación, en vez del camino al suicidio colectivo.