Diego Cordovez es uno de los poquísimos ecuatorianos que se abrieron paso en la escena internacional y que, desde una rica y larga experiencia, llegaron a ver las cosas desde una amplia perspectiva mundial.
Descendiente de una antigua familia riobambeña que, dicho sea de paso, creó la primera radiodifusora del Ecuador en los años treinta, recibió la mayor parte de su educación en Chile, donde se graduó de abogado. Allí inició una carrera que lo llevó a varios escenarios mundiales. Fue colaborador cercano de Raúl Prebish, el gran economista e inspirador de la Cepal; formó parte del equipo fundador de la Unctad y luego se integró a Naciones Unidas, donde hizo una larga y brillante carrera, hasta llegar a secretario general adjunto, el puesto más elevado al que un ecuatoriano llegara en la estructura permanente de la ONU.
En Naciones Unidas fue colaborador cercano de varios de sus secretarios generales, que le encargaron misiones delicadas en las que hizo uso de sus excepcionales cualidades de negociador y mediador. Su labor le llevó a República Dominicana, Pakistán, Malta, Libia, Cuba y Venezuela. Fue actor privilegiado de la superación de una cruenta guerra y del nacimiento de Bangladesh. Logró negociar el acuerdo para el retiro soviético de Afganistán. Fue delegado especial en la crisis de la Embajada estadounidense en Teherán y mediador en la guerra Irán-Irak.
Llamado al servicio del país, ejerció el Ministerio de Relaciones Exteriores por cuatro años y, además de realizar un notable esfuerzo por modernizar nuestra diplomacia, logró un giro del problema territorial con el Perú y dio los primeros pasos para la solución de ese centenario conflicto.
Al fin de tan notable trayectoria, Diego Cordovez ha publicado sus memorias, en las que cuenta sus experiencias profesionales y muchas otras actividades de su vida. El libro “El mundo en que he vivido, Memorias de diplomacia, de episodios y de gente”, se suma a sus dos obras anteriores: “Out o Afghanistan” y “Nuestra propuesta inconclusa”.
La obra está escrita con pulcritud y gran cuidado. Es amena y salpicada de chispazos de ironía y buen humor. Es, sobre todo, equilibrado, pero al mismo tiempo claro y directo. Cuidadoso al hablar de las limitaciones de otras gentes o de lo que no le gustó de las realidades que le tocó vivir, Cordovez es, sin embargo, firme para decir las cosas. Eso le da mayor credibilidad y valor a su testimonio.
Es un libro para lectores que quieren conocer las vivencias de un ecuatoriano que ha sido, de verdad, un “hombre de mundo”, lo cual no quiere decir, hombre banal o fiestero, más bien profundo y global. Deberían leerlo especialmente los profesionales e interesados en las relaciones internacionales, muy frecuentemente atrapados en los límites de nuestra “nación pequeña”.
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