A medida que pasan los días y la situación en Ucrania se agudiza, Europa mira perpleja cómo las amenazas y sanciones impuestas no terminan por doblegar a Vladímir Putin. Y parece que éstas, más allá del tono enérgico de sus autoridades y funcionarios, serán poco efectivas mientras no afecten a su núcleo fundamental de poder: la venta de gas y petróleo.
Rusia es el segundo productor de petróleo del mundo y el principal proveedor de gas a Europa. La Unión Europea (UE) importa de Rusia el 41% de gas natural y el 27% de petróleo. Por ello, es curioso constatar que al mismo tiempo que los líderes europeos se rasgan las vestiduras y hablan de sanciones, Rusia sigue suministrando de gas y petróleo a Europa. Eso le confiere un poder único de desestabilización.
No solo eso. Buena parte del poder económico de Rusia proviene de Europa. Moscú obtiene cada año cerca de 100 mil millones de euros por venta de gas, carbón y petróleo a la UE. Esto representa la mitad de su presupuesto destinado al sector de la defensa. Podríamos decir que el fracaso de la política energética europea y la ausencia absoluta de visión estratégica de sus “líderes” ha servido para que Putin refuerce su poder militar y tenga en jaque a Europa.
Y es que el cierre del grifo, más que perjudicar a los mismos rusos, afectaría sustancialmente a Europa. Sería una catástrofe para su economía. Esta guerra ya ha disparado los precios del petróleo, así como también de los costes de los combustibles y de la energía en la mayor parte de los países de la UE. Esto significará también un alza de la inflación y una caída significativa en la tasa de crecimiento.
Estados Unidos ha sugerido a sus aliados prohibir la importación de petróleo ruso. Sin embargo, la dependencia europea del petróleo podría darse, pero no del gas natural (al menos a corto plazo). Alemania, por ejemplo, no tiene plantas de regasificación de gas natural licuado (GNL). Están atados de manos. No por Putin sino por ellos mismos.