La guerra de Ucrania es una guerra grande por donde se lo mire: involucra al país más grande del mundo, se ha declarado la guerra a todo el occidente y además el único culpable, por ser una guerra unilateral, es uno de los tres grandes de Rusia, según se dice, el primero era Pedro el Grande, la segunda Catalina la Grande y el tercero el Gran Putin.
Una de las curiosidades de la guerra de Ucrania es que el líder ruso tiene el apoyo de la extrema izquierda y la extrema derecha. Desde Kim il Sung hasta Donald Trump, desde Nicolás Maduro hasta Pat Buchanan. Tal vez lo que les conduce a defender situaciones de vergüenza sea el cínico enunciado de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. En todo caso, es una guerra grande y ha puesto al mundo en un gran dilema: darle la razón a Putin para que no destruya el mundo o impedir que se salga con la suya para salvar el mundo. La votación en la ONU y China ofreciéndose como mediadora, delatan que el mundo entero está diciendo, como diría la vecina del barrio: ¡amarren al loco!
También hay guerras minúsculas y están muy cerca de nosotros. La guerra de la Asamblea Nacional contra el gobierno es una guerra minúscula. Igual que la guerra de la Presidenta de la Asamblea con su propio bloque y del mismo tamaño que la guerra dentro del Consejo de Participación Ciudadana. El número de combatientes se reduce a un centenar en el primer caso, a una decena en el segundo y a uno solo en el tercero. Con un voto, diez votos o cien votos se acaban las guerras. Parece que ya pasó el peligro de un ‘carnavalasso’.
Otra curiosidad de todas las guerras, grandes y pequeñas es que están envueltas en mentiras. Los fanáticos de uno y otro bando son capaces de atacar y defender las posiciones sin vergüenza, pero con obsesión. Ya lo dijo Bismark:
“Nunca se miente más que antes de las elecciones, durante la guerra y despuésde la cacería”. Estamos antes de las elecciones, libramos guerras y ya nos dieron caza con el paquete de impuestos.