Una suerte de fraude estratégico se ha producido para las próximas elecciones, seccionales en la forma, pero en el fondo, nacionales. Por el desarrollo de la presencia de los actores principales se concluye que no se está votando por un programa o un plan de obras municipales y, en la mayoría de los casos ni por un candidato o candidatos locales.
Se vota a favor del Gobierno o en contra de su gestión. Si esto sucede a nivel de las principales ciudades como Quito o Guayaquil, no hay que forzar la imaginación para percibir lo que sucede con los candidatos a prefectos, alcaldes o hasta aspirantes a ediles de cantones menores donde desaparece toda identidad personal o partidaria.
Lo que debe acreditarse como un punto positivo de esta campaña es que se conoció el enorme desfase entre los presupuestos municipales, la posibilidad de obras importantes y menos aún el cumplimiento de las ofertas de campaña.
Nada de eso será posible sin un apoyo financiero directo del Gobierno nacional.
En consecuencia, aplicando las normas del pragmatismo político y administrativo, la autonomía municipal no existe. Servirá para el recuerdo pero no es la base para atender ni demandar los complementos gubernamentales a las necesidades básicas en entidades medianas y pequeñas o de mayor calibre en el caso de infraestructuras de las municipalidades de gran calado.
Es probable que partiendo de la base de las asignaciones presupuestarias, obligatorias por imperativo constitucional y de una excelente recaudación de las contribuciones prediales se logre equilibrar la canasta diaria o inmediata, pero en cuanto a aquellas obras de gran dimensión, el Estado y quien gobierne lo decidirá todo.
Un efecto colateral -como llaman los estrategas militares cuando se causan víctimas civiles- es el papel que le ha correspondido a la juventud en todo este proceso, que por normas biológicas de la evolución y legítimas aspiraciones demanda ser una alternativa histórica en la conducción del país. Este capital generacional en esta oportunidad ha sido desperdiciado y solo ha servido de peón o ficha de campaña.
Atrás quedaron los propósitos para canalizar su ímpetu, valentía e irreverencia para lanzarse hacia el futuro y ser los principales actores de la renovación.
Después de proclamados los resultados, de la elección del 23 de febrero, ojalá que al interior de los movimientos y partidos que sobrevivan se efectúe una evaluación- si no profunda y sistemática, por lo menos seria- de estos dos capítulos: sucumbió la autonomía municipal y la juventud no cuenta como opción de relevo de los liderazgos.
Aunque deba recurrirse al recurso de la necedad, hay que insistir que esto no es materia de marketing ni de recursos; es algo de estudio muy diferente.