Desmond Tutu cuenta que una mujer blanca, gravemente herida en un ataque terrorista por un militante negro, había dicho ante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica: “Perdono al perpetrador, y espero que él me perdone”.
Esto último, que el propio Tutu describe como “asombroso”, lleva a preguntarnos por qué habría querido ser perdonada. Podría ser que sentía culpa histórica por el apartheid, del cual se había beneficiado por ser blanca, y por todas las atrocidades cometidas por los blancos en contra de los negros. En esa línea han surgido voces en los últimos tiempos en favor de compensar a negros, indígenas y otros grupos humanos históricamente esclavizados y desposeídos. Si ese era el sentimiento de la mujer, me parece inapropiado. No creo justo que se me endilgue, ni que se le endilgue a ella, culpa por lo que hicieron nuestros antepasados. Estimular y legitimar el sentido de culpa histórica no conducirá, a mi juicio, a resolver las confrontaciones étnico-raciales que están en la base de buena parte de los peores problemas humanos.
El sentimiento que sí creo que es apropiado, para aquella mujer sudafricana y para todos quienes descendemos de conquistadores, hacendados y otros beneficiarios de sistemas históricamente oprobiosos e injustos, es el de culpa actual (no histórica) si no reconocemos que esos sistemas fueron injustos y oprobiosos, y si no actuamos para eliminar su continuada perniciosa influencia en nuestras sociedades.
¿Qué podemos hacer para eliminarla? Propongo dos posibilidades iniciales. La primera es reexaminar las bases de nuestra seguridad sicológica: si ésta depende de sentirnos superiores a “esos cholos”, “esos indios” o “esos negros”, vale la pena recordar que gente como Donald Trump y los proponentes del “poder blanco”, cuyo racismo Trump atisba cada día, se sienten superiores a nosotros, los latinos, por el simple hecho de que ellos son “blancos”. ¿Es válido ese sentido de superioridad sobre nosotros? No lo es. Y cuidado con que caigamos en la deshonestidad intelectual de la ley del embudo, según la cual está mal que Trump y los suyos nos miren mal por ser latinos, pero está bien que nosotros hagamos lo mismo con cholos, indios y negros. No. Está mal lo uno, y está mal lo otro.
Si logramos rechazar nuestro propio racismo y clasismo como fuentes de seguridad interior, la segunda posibilidad es basar esa seguridad en nuestros méritos personales y nuestra decencia, el reconocimiento de nuestras deficiencias y faltas personales, serios esfuerzos por enmendarlas, responsabilidad por nuestros actos y nuestras omisiones, aquello a que se refería M.L King cuando dijo que soñaba con que a sus cuatro pequeños hijos se les juzgara no por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter.