La última carta o varias de la democracia continental se juegan en el plebiscito de Chile de abril. Una primera lectura es simple. Se trata de una salida constituyente; de retomar la conducción estable de la democracia representativa o entender que las piedras que lanzan los jóvenes solo contienen un lenguaje místico o esotérico. Sería una simple lectura que carece de memoria e ignora el terror de la época de Pinochet. Por eso, no hay que descartar el efecto de un resultado catastrófico: abstención y no aprobación; por tanto, más vitrinas rotas y más estatuas ofendidas como afrenta a los pueblo sin historia- El problema se agrava por los efectos en otras latitudes. Chile nunca pretendió ser un ejemplo, pero su historia tiene inscrita varias luces y rutas a seguir.
Fue una de las democracias más estables hasta el bombardeo de La Moneda; en sus universidades nació la Democracia Cristiana de América Latina con varias experiencias como la Venezuela de Caldera y en el Ecuador de Hurtado. La izquierda marxista tuvo un excepcional espacio y fue respetada. Chile inauguró en el continente la experiencia de la concertación que dio lugar al triunfo del No y la derrota del régimen militar; luego, a cuatro gobiernos constitucionales seguidos, a pesar de múltiples adversidades naturales y sociales. Nunca escogió a la derecha o a la izquierda extrema. El centro siempre fue el campo del juego. Una derrota en el plebiscito sería grave, más allá de las fronteras araucanas.
Argentina depende de un matrimonio por concretarse entre el FMI y la última versión el peronismo. El gobierno de Brasil espera con furor que regresen a los tiempos de 1964 cuando el campo de batalla eran las mazmorras donde se enfrentaban civiles amarrados frente a los torturadores. México seguirá añorado la estabilidad burocrática y autoritaria del tiempo del PRI, antes de la matanza de Tlatelolco. Ecuador y Venezuela juegan sus diferentes suertes que castigan a sus pueblos. Uno es base de Putin y otro es una cuña en Los Andes de propiedad de Trump. En el Ecuador, una buena radiografía de Lolo Echeverría, aclara y denuncia: “Al acercarse el proceso electoral, se hace evidente la indiferencia ciudadana respecto del gobierno, los partidos, los candidatos, las instituciones”. Para comprender, hay que admitir que el pueblo vota en segunda, pues en primera ya “le dieron escogiendo” a los candidatos y a las listas. Grave error es sostener que el pueblo siempre se equivoca, cuando lo culpables están en las cúpulas.
Ojalá que los jóvenes por el resultado en Chile, las pretensiones fascistas de Bolsonaro en Brasil y el juego de tahúres en Ecuador logren desconectar los aparatos que impiden oír los hechos. Que la nostalgia aporte con la frase final de Salvador Allende antes de que pase el último avión del FACH sobre La Moneda: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.”