Flérida Pachay (izq.) enseña el tejido de sombrero a sus familiares en Montecristi. Foto: CORTESÍA INSTITUTO DE PROPIEDAD
Los artesanos que tejen la paja toquilla para elaborar los sombreros de fina calidad volvieron contentos a Montecristi, en Manabí. Ayer, 125 de ellos recibieron una certificación del Servicio Ecuatoriano de Capacitación Profesional (Secap) que reconoce sus labores y les da nuevas oportunidades para mantener este oficio ancestral. Flérida Pachay teje los sombreros de paja desde hace 45 años. En sus manos se evidencian los años que ha dedicado a este oficio.
Son las cicatrices que quedaron tras las cortaduras que le provocaron en sus inicios el filamento de este producto.
La paja, en su estado de cosecha se torna filosa y puede causar una profunda herida tanto a quien la cultiva como a quien la procesa finalmente.
Pero la artesana Filomena Paguay cuenta que es un asunto de poca importancia frente a lo que siempre anheló.
En adelante podrá cristalizar su sueño de enseñar este arte a otras generaciones de manabitas. De hecho hace cinco años inició una enseñanza entre los miembros de su familia.
Sus nietos e hijos aprenden poco a poco la actividad. “En principio se quejan por la postura que debemos hacer en los primeros pasos del tejido. La espalda y la columna duelen, pero con el tiempo todo pasa”.
La certificación que el Secap otorgó a los artesanos les da el aval para que repliquen sus conocimientos de manera particular. El Ministerio de Cultura y Patrimonio firmó un convenio con el Secap para que sean reconocidos como maestros tejedores. La certificación de competencias laborales tiene el aval de la Secretaría Técnica del Sistema Nacional de Cualificaciones Profesionales.
Bertha Pachay, otra artesana, cuenta que a su taller siempre llegan personas interesadas en aprender a tejer la toquilla.
Por lo general son niños de otras provincias cuyos padres los llevan para que incursionen en actividades extras a sus clases regulares en las escuelas y colegios. Pero para ella era casi imposible impartir sus conocimientos por falta de una autorización. En su comunidad se establecieron reglas para que el oficio se transmita a otras generaciones.
La idea es que los chicos de los sectores de Montecristi lo aprendan y luego se lo hace con personas de otras zonas de la provincia. Fidel Espinal, habitante del sitio La Pile de Montecristi, dice que la certificación además les permitirá tener más conocimientos técnicos para enseñar a las nuevas generaciones. Él ya trabaja con un grupo de 10 niños en el taller que existe en la zona.
Los hombres y mujeres del poblado aprendieron a elaborar este accesorio para mantener la tradición del montuvio, que utiliza los sombreros para protegerse del sol y diferenciarse de otras personas.
En las viviendas es común observar taburetes de madera y las hormas para moldearlos.