Cuando parece que el fin se acerca a la era Chávez – Maduro en Venezuela y en América Latina, el panorama ofrece inesperadas oportunidades y peligros para la política internacional de las potencias de Occidente; llámense Estados Unidos o Unión Europea o a los países no chavistas de América Latina. En el balance diario sobre la suerte del país llanero aparecen signos de novedad en el escenario mundial. Fue, a raíz de que Juan Guaidó asumió una postura histórica, aunque sin libreto para después, salvo que se acepte una estrategia concertada y reservada con EE.UU. Luego –estilo dominó- se despertaron adhesiones gracias a las diarias actitudes histriónicas del último chavista que gobierna en el ojo de la tormenta.
La primera oportunidad fue para Donald Trump y sus asesores de horca y cuchillo. Es un cónclave de querubines que recuerdan a las “banana republics” los tiempos dorados del gran garrote y rememoran como referente a lo sucedido con la mitad del territorio mexicano.
En este contexto el personaje venezolano más repulsivo de la comunidad mundial por su desplantes y amenazas, se convirtió, en vez de un adalid de la redención de su pueblo, en el líder de la tradicional izquierda continental, que todavía espera instrucciones del Comité Central del Partido Comunista de la URSS.
Para la comunidad europea, que se ha mantenido con cautela frente a esta crisis, la desaparición de chavismo ha sido muy oportuna. Acosada por el tono autoritario del gobierno de EE.UU., las indecisiones de Inglaterra y el resurgimiento de gobiernos autoritarios y populistas en las zonas heredadas de la geografía satélite de la URSS recurrió a desempolvar los viejos emblemas de libertad, igualdad y fraternidad. En América solo Cuba sabe leer la Rosa de los Vientos y mientras las denuncias antimperialistas continúan expone su nuevo esquema económico en la cita capitalista de Davos. Ineficiente casa adentro, pero genial en la estrategia internacional. En México es difícil entender el aislacionismo tradicional, en un país que combate duramente al narcotráfico, mientras se convierte en refugio de los migrantes que huyen de la miseria en Centroamérica. Finalmente, Uruguay que luce el emblema libertario de Artigas y un extraordinario desarrollo académico, curiosamente en el ámbito exterior solo se destaca en el fútbol.
Latinoamérica no aprende de la historia. Le cuesta entender a un Tío Sam convertido en Lobo feroz que a su vez –cosa extraña- ahora no aplica el procedimiento habitual: primero interviene, luego explica. Ahora vocifera y hace pasar el reloj. Nadie en el continente por dignidad espera una invasión, pero si es posible que la potencia corte toda relación petrolera con el último socialismo del siglo XXI. Onerosa la medida casa adentro, pero no causa víctimas de guerra, ni efectos colaterales.
Mientras tanto, las democracias no chavistas parece que esperan la cruel pedagogía de antaño: La letra con sangre entra.