“Sean realistas: pidan lo imposible”. “La imaginación al poder”. “Cuando más hago el amor, más gana tengo de hacer la revolución”. He aquí tres de los muchos grafitis que una mañana de mayo de 1968 aparecieron en los centenarios muros de la Sorbona, en París. Evidentemente, algo nuevo había surgido en la capital de Francia, allí donde la mayoría de los “ismos” y las revoluciones culturales del siglo XX habían tenido cabida. Lo que surgía en esos días era una generación joven que expresaba su pensamiento, exhibía su estilo bullicioso y desenfadado de vivir, su crítica al poder, su voluntad de cambiar el orden político y social que regía en Europa, luego de los años de posguerra. Había irrumpido esa generación que, por acá, la llamamos “del 60”.
Allá lejos –en la dolida memoria de los padres-, había quedado el trauma de la guerra, la dominación nazi, la pobreza de esos difíciles días de la reconstrucción del país. Una sociedad próspera y consumista se había afianzado en las décadas siguientes. Sin embargo, subsistía aún el país del General De Gaulle, la Francia autoritaria de los influyentes personajes de la II Guerra. Y frente a toda esta Historia viva y actuante, la rebelión de los mozalbetes de la Sorbona semejaba ser un pasajero desahogo juvenil.
¿Qué buscaban los jóvenes del 68? “Cambiar la vida. Transformar la sociedad” se leía en un grafiti de la ciudad universitaria. Y este otro: “Todo poder abusa y el poder absoluto abusa absolutamente”. Estaba claro: una nueva utopía había surgido allí donde se gestaron las grandes revoluciones de la época moderna: la de 1789, la de la Comuna en 1871. Esta vez, se puso en tela de juicio la vieja sociedad, el neocapitalismo triunfante. Y se elevó la gran pregunta: ¿qué modelo de sociedad implantaría el nuevo régimen? ¿El modelo soviético, el chino, el cubano? Nada estaba claro en aquel maremágnum ideológico.
Se levantaron los adoquines de las calles para hacer trincheras y enfrentar a la policía. Al movimiento se unieron obreros, intelectuales, anarquistas herederos de Bakunin, socialistas utópicos seguidores de Fourier, el crítico de la moral burguesa y quien propugnaba “fundar la sociedad a partir del deseo y no a partir de la represión”.
Mayo del 68 distó mucho de ser una revolución. Ni la imaginación llegó al poder ni el amor sustituyó a la guerra. Las estructuras sociales no cambiaron. De Gaulle dejó la escena y fue sustituido por la derecha. Sin embargo, no todo fue en vano: el movimiento de mayo del 68 fue una protesta lúdica que puso en el debate político asuntos que hoy siguen vigentes: los derechos de la mujer, la liberación sexual, el relativismo moral, la participación de la sociedad civil. Con su ejemplo, 20 años después, los jóvenes de tras la Cortina de Hierro hicieron añicos el pesado y carcomido imperio soviético.