Los museos nacionales son instituciones públicas cuyo objeto es la conservación y difusión de la memoria histórica de una nación, la preservación e investigación del patrimonio cultural acervo de bienes tangibles e intangibles, el testimonio de búsquedas y experiencias que llegaron a esculpir el carácter y el perfil de un pueblo.
Un museo nacional es, en definitiva, el gran espejo en el que un país se mira y reconoce a sí mismo, la vitrina a través de la cual se muestra al mundo lo que ha sido, lo que es. Una sociedad que se precie de civilizada, que piensa su progreso y bienestar a partir del conocimiento de sí mismo sabe que la cultura es el eje de su vida social y política, entiende que su supervivencia dependerá de la estima de sus valores, de la preservación de sus reservas morales.
Si partimos de esta premisa concluiremos que la cultura constituye un elemento indispensable para potenciar el desarrollo económico y social de un país. Puede elevarse el índice de ingresos per cápita de una sociedad, pero solo ello no nos conduce a ser mejores seres humanos. No es asunto de tener más sino de ser más. Y ello significa potenciar los valores que definen al ser humano como tal: el ansia de conocer y la voluntad de ser libre. Según el mito bíblico, estas fueron las dos cosas que provocaron su expulsión del paraíso. Decidir ser libres y no vasallos que callan y obedecen, decidir ser ciudadanos que, desde lo privado, aportan a mejorar la sociedad nos induce a saber quiénes somos, de qué raíces procedemos y hacia dónde dirigimos los pasos; es, en definitiva, participar de un gran proyecto colectivo llamado nación.
¿Cómo podría un pueblo mejorar su vida si ni siquiera sabe quién es? No hay una renovación política sin una renovación cívica. La experiencia de sentirse parte de un “nosotros”, la vivencia de dialogar en un mismo idioma, la participación de unos mismos ritos, el recordar y festejar las mismas hazañas que antaño ocurrieron, el cobijarse bajo una misma bandera son cosas que colman los oficios y los días de cada ciudadano, son signos de la persistencia de un pueblo, aquellos signos que confieren sentido a su historia.
Y esto es -creo yo- lo que debería reflejar un museo nacional. Por ello me pregunto ¿dónde está el museo nacional del Ecuador? ¿Qué fue del valioso Museo del Banco Central que hasta hace pocos años se lo visitaba? ¿Desapareció, como tantas otras cosas buenas, bajo la inverecunda verborrea del correismo? ¿Para qué queremos un Ministerio de Cultura con nueve pisos repletos de burócratas si no ha sido capaz de devolvernos el Museo Nacional que se merece el Ecuador, si no se construye la Biblioteca Nacional que reclama el país desde hace décadas, si no se apoya debidamente al Archivo Nacional de Historia? Señor presidente Moreno, corrija usted estos extravíos.