En 1991, Luna Tobar era Arzobispo de Cuenca, función que asumió desde 1981. Foto: Archivo EL COMERCIO
Desde niño fue inquieto y rebelde con lo que era injusto. Con la característica paz que solía transmitir, Luis Alberto Luna Tobar, monseñor Emérito de Cuenca, recordaba aspectos de su vida, hace 10 años, en el 2007. Entonces, todavía se encontraba en su casa en el sector de El Ejido, en el sur de la capital azuaya. Sonreía con cada anécdota.
El pasado martes 7 de febrero de 2017 falleció a los 93 años en la Casa Sacerdotal Sagrado Corazón en La Armenia, en Quito. Según el actual arzobispo de Cuenca, Marcos Pérez, murió en la misma actitud: “en paz”, mientras dormía.
Pero será más recordado por la rebeldía que expresaba en sus sermones. No solo opinaba sino que también participaba en protestas por la congelación de depósitos. La más recordada fue en enero del 2000, cuando fue junto a indígenas, campesinos, estudiantes…
Un mes después dejó el Arzobispado de Cuenca y siguió pronunciándose sobre política. Incluso, su nombre sonó para una candidatura y en el 2006 presidió la Comisión de Auditoría de la Deuda Externa.
Juan Cuvi, su amigo, lo califica como la conciencia del Ecuador. “A partir de su ética y compromiso podía interpelar a cualquier grupo de poder, Gobierno… Eso le daba la cualidad de ser una palabra respetada y apreciada”.
En el 2000, los saraguros lo nombraron Arzobispo de los Pueblos del Ecuador, en un homenaje que se realizó en el Salón de la Ciudad, en Cuenca.
Allí dijo que la riqueza de un pueblo no son las minas ni el petróleo sino su gente. “En cada hombre, mujer, niño… encontré este tesoro. Incluso, al ponerme al servicio de cada uno de ellos, he visto a Dios”.
En su Arzobispado, que duró 19 años, su obra más relevante fue la ayuda para los afectados del desastre de La Josefina, en 1993 en El Descanso, en Azuay. 20 millones de metros cúbicos de tierra del cerro Tamuga represaron el río Paute.
Hubo un centenar de personas sepultadas, 5 631 damnificados, 741 casas y dos puentes destruidos, miles de hectáreas de cultivos acabadas y pérdidas económicas por USD 148 millones, según la FAO.
Desde la Curia, Luna consiguió el apoyo de la Unión Europea para la reconstrucción y reactivación económica de la zona nororiental de Azuay. Según el sacerdote Fernando Vega, el país confió en él para que colaborara en la reconstrucción de viviendas, producción y atención a los damnificados.
También enfrentó temas polémicos como la presunta aparición de la Virgen del Cajas y el ajusticiamiento de una persona que fue quemada viva en La Unión, en el cantón azuayo de Chordeleg. En 1999, el pueblo fue excomulgado.
Vega dice que pese a que Luna era pacífico y conciliador, “cuando debía tomar una decisión drástica, lo hacía… Hizo ver que el ajusticiamiento no podía ser el camino”.
La vida de Luna tiene dos etapas y la línea divisora fue su llegada a Cuenca, en 1981. En su niñez acompañaba a su padre Moisés, un abogado conservador, a visitar a los pobres. También tenía tiempo para las corridas de toros, una afición que perduró en su sacerdocio.
Antes de cumplir 13 años ingresó a una brigada de boy scouts cuando estaba en el Colegio San Gabriel de Quito. “Nos fuimos de paseo a lo que hoy es Sucumbíos, donde vivían como misioneros los carmelitas, a quienes conocía muy ligeramente en Quito, pese a que mi padre era su Procurador Jurídico”, contaba Luna.
Allí se enamoró del plan misionero de los Carmelitas Descalzos, por ello no dudó cuando le plantearon que ingresaran a la orden. Lo recibieron en el convento Santa Teresita, de Quito. Pocos meses después viajó a España para estudiar. En esa época, ese país afrontaba su Guerra Civil. Ayudó como camillero.
Alos 22 años se ordenó como sacerdote en España y al año siguiente regresó a Ecuador. Su primera parroquia fue La Mariscal Santa Teresita, en Quito. En ese entonces era el centro pastoral, económico y político del país, apuntaba Luna.
Pero buscaba otra labor. Los martes confesaba a los leprosos y cuando lo llamaban iba a los hospitales, en las noches. “Los enfermos pensaban que Luna no dormía en las noches”, era una de sus bromas.
La segunda etapa de su vida empezó el 8 de abril de 1981, cuando asumió la Arquidiócesis de Cuenca. Empezó los planes de Pastoral, implementó las asambleas cristianas, catequesis, formó líderes… Llegó a una Arquidiócesis dividida y la unió”, comenta Vega, quien colaboró con él desde la Pastoral Social, que fue un referente en temas de migración.
El vicario de la Curia cuencana, Bolívar Piedra, lo conoció cuando ingresó al Seminario de la capital azuaya, que fue reabierto por Luna. De él destaca su vocación por trabajar con los pobres. “Visitó las zonas más alejadas de la Diócesis”.
Los últimos siete años pasó la Casa Sacerdotal Sagrado Corazón en Quito. Allí tenía a su alcance obras completas de San Juan de la Cruz, el poeta místico español. También, objetos cercanos que llevó desde Cuenca, como su escritorio, libros y una máquina Olivetti Lettera 32, con la que escribía sus artículos de opinión.