Dicen que el papel aguanta todo. Bueno, casi todo. Estamos sumidos en el mundo de las declaraciones, a veces sin argumentos ni convicciones, que las hacen inmunes e impunes, y donde las imágenes y los sonidos cuentan, y el gobierno de las emociones supera al de las razones. Entretanto, el desconcierto y la incertidumbre campean en un porcentaje alto de ciudadanos, según las encuestas, que no sabe qué, por qué y por quién votar en las próximas elecciones. Un breve vistazo sobre el voto oculto.
La campaña electoral –sin emociones ni propuestas diferentes – se ha iniciado. Y se repite la historia: caminatas, declaraciones, cabalgatas, tarimazos, ofrecimientos –algunos inverosímiles- que retratan el reino de la felicidad.
En esta parafernalia de deseos y propuestas los candidatos desembocan en el cuerno de la abundancia, con la eliminación de impuestos, aumento de salarios y fiscalizaciones, mientras otros –generalmente poco políticos y más realistas- hablan de las penurias que deben administrar si ganan las elecciones: ajuste económico inevitable, renegociación de la deuda, búsqueda de sostenibilidad de programas que nacieron sin presupuesto y la terminación del paraíso estatal con supuestas reformas constitucionales y legales. Y hablan del ‘desmontaje’ del aparato creado.
• ¿Y los ciudadanos?
Bien, gracias. Los ciudadanos en este período somos espectadores y clientes de encuestas de diverso cuño, que llenan los papeles de estadísticas, porcentajes y grafican las tendencias… si fueran hoy las elecciones. Y los candidatos –candi-datos, mezcla evidente de candidez y de datos-, con la información en la mano construyen estrategias para ‘romper’ esas tendencias, y revertirlas en favor de sus clientes con mensajes supuestamente potentes, gracias a la mercadotécnica política.
Y en este mes de sequía pronunciada ha aparecido una lluvia de declaraciones y espacios en las redes sociales que son ahora las nuevas protagonistas de la contienda.
• La cacería del voto
En este interesante ambiente, la lucha por la cacería del voto ha comenzado: los candidatos (políticos de profesión o voluntarios anónimos, académicos, dirigentes sociales, artistas, presentadores y payasos) ofrecen obras, obras y más obras -como si el ‘obraje’ no hubiese terminado- para que el electorado se informe. Y el resultado, por ahora, es imprevisible porque la gente sigue indiferente, impávida y prepara su decisión para el final, como ha sucedido en otras ocasiones. ¿Es que el voto oculto –llamado también ‘vergonzante’- triunfará?
El ofrecimiento, la declaración preparada por los asesores o la espontánea, y las propuestas de debate con el más fuerte para subir escalones, surgen a diario, mientras los ciudadanos esperan soluciones y no recetas; transparencia y no corrupción; respeto de la constitución y las leyes, y no propaganda; cambios reales y no discursos. ¿Impunidad e inmunidad declarativa? ¿Quién realiza un estudio y balance de las promesas, y la necesaria contrastación con las acciones de gobierno?
Preguntas claves, en este contexto, serían: ¿A quiénes elegimos? y ¿qué podemos hacer para trabajar a favor de un país mejor? Una visión prospectiva del Estado puede ayudarnos un poco.
• El Estado, ¿mal necesario?
Bien es sabido que el Estado liberal, desde Locke hasta Rawls, fue concebido como un Estado mínimo, una suerte de ‘vigilante nocturno minimalista’, calificado por algunos como un mal necesario. Más tarde, con el encuentro –feliz o infeliz- entre el liberalismo y la democracia, surgió la concepción del Estado democrático dentro de los principios y valores del libre mercado, el sufragio universal y la representación de los ciudadanos a través de estructuras de intermediación, pero la mercantilización llegó a tal extremo que todas las actividades humanas, incluyendo la política, cayeron dentro de las fuerzas del mercado.
Y surgió la teoría marxista del Estado, que concibió al Estado capitalista como un instrumento de clase, encargado de reproducir y garantizar la explotación de la clase proletaria por parte de la denominada clase burguesa. El fin sería erigir una sociedad sin clases, en la que el Estado tendería a desaparecer para dar lugar a una autogestión entre los individuos.
En una concepción distinta prosperó otra visión que consideró al Estado como un Leviatán –figura bíblica monstruosa mencionada por Hobbes y Schmitt-, que ayudó a unificar las naciones y neutralizar los conflictos, sobre la base de un Estado totalitario, que prosperó durante el nazismo.
Y por último, en esta rápida síntesis, se puede advertir la propuesta del Estado social de Keynes. El modelo keynesiano intentó garantizar el equilibrio económico, el empleo pleno y el crecimiento sostenido. Y al no cumplirse en los hechos estos postulados, ‘por la incapacidad del Estado de satisfacer un creciente número de demandas alentadas por su propia concepción social de su actividad, volvió a cobrar fuerza desde los años noventa la visión liberal del Estado mínimo, pero en su versión más radical y conservadora.
• Desestatización de la política
La alternativa es ahora la desestatización de la política que concibe a la democracia como un dispositivo simbólico, una creación histórica de una colectividad consciente de sí misma.
Al haberse transmutado el mercado económico a la actividad política se desnaturalizó la democracia, por lo cual está naciendo una cosmovisión distinta que proclama, a contracorriente, que en cuestión de democracia todo está por inventarse, y que el poder no es algo que se conquista una vez y para siempre, sino un espacio vacío que puede ser llenado por la sociedad civil. Pero las demandas de la sociedad, como es obvio, no ha tenido la respuesta apropiada en el Estado, cuya crisis institucional va de la mano de la crisis de la modernidad.
La ruptura individual y colectiva es entonces un hecho. Subsiste la disidencia, el conflicto, la quiebra de la autoridad, mientras la representación oficialista no oye ni ve ni comprende las nuevas visiones y estrategias que se van formando, ya no desde el ‘aparato’ jurídico del Estado -que intenta responder a los problemas con instituciones o ministerios (en su fase preventiva), con instituciones reguladoras de los conflictos (en su fase política) y con instituciones de control (en su fase punitiva)-, sino mediante procesos que operan desde nuevas visibilidades, donde no bastan la ingeniería política y social y las leyes para resolver los problemas de la pobreza, la exclusión, el atraso y la ignorancia.
• Nuevo espacio
Cuando las instituciones balbucean, la inutilidad del diálogo, tal como está planteado, es manifiesta. Hay que crear un nuevo espacio para la negociación, más creativo y profundamente democrático, basado en la reciprocidad y la solidaridad, en la confianza y no en la intolerancia o el recelo, con todas las fuerzas sociales, productivas y culturales de la nación.
No se trata, desde luego, de cogobernar sino de buscar acuerdos de gobernabilidad, que no enfrenten al Estado con los ciudadanos. La crónica de las equivocaciones va a repetirse hasta la ruptura, si no se ponen en práctica algunas ‘meta estrategias’: la contención, la confrontación, la conciliación y la colaboración, esta última entendida como una estrategia para trasladar a las partes más allá del conflicto y trascenderlo, que consiste en comprometerlos en una relación creativa.
• Es hora de despertar
Si vivimos en una época de plena impunidad declarativa, en la cual los políticos pueden decir y prometer cualquier cosa sin una contabilidad social, es hora que despertemos y generemos una memoria crítica, un sistema de seguimiento analítico del discurso político. Nos interesa que la palabra, en la política, vuelva a tener valor. A propósito, ¿dónde está la palabra de las universidades?
Frente a las propuestas que son en general mediocres, los ciudadanos debemos crear una cultura de la responsabilidad y solidaridad, de los políticos hacia la sociedad y de la sociedad hacia los políticos. La labor de la sociedad, en una democracia, no se reduce a votar y pagar impuestos: es una labor vigilante y atenta, de búsqueda para la auto información, de crítica y de control. Porque la ciudadanía no es el no-Estado, sino el mismo Estado ‘des-regulado- que participa con y para la gente.