La verdad no está de moda; ya ni se sabe qué sea. En la historia contada por Juan el evangelista, hace 2000 años, cuando Jesús dice que ha venido a este mundo a dar testimonio de la verdad, un nostálgico Pilatos le pregunta: y ¿qué es la verdad? Pero se aleja sin interesarse en la respuesta. Pilatos representa muy bien al escéptico hombre de todos los tiempos que nunca abandona la cuestión pero no se interesa a fondo en la verdad.
La Edad Media resolvió el problema con la creencia en que solo Dios tiene la verdad y la revela al hombre por medio de la Iglesia. Más adelante, Descartes introduce la duda como camino a la verdad y la consagración de la razón y la subjetividad como forma de llegar a ella. Kant dictamina que el conocimiento comienza con la experiencia pero no se reduce a ella.
La verdad se establece desde entonces como interpretación de los hechos. Foucault la define como lucha de interpretaciones, fórmula que conduce, a la larga, a la búsqueda del monopolio del poder mediático que convierte la verdad en hija del poder.
Los últimos acontecimientos de nuestra afligida realidad nos han puesto, una vez más, a lidiar con el viejo empeño por descubrir la verdad entre miles de señuelos, engaños y deformaciones.
La última crisis militar no tenía que ver con democracia y golpismo sino, con una venta con sobreprecio entre dos ministerios del gobierno de la revolución ciudadana que le permite al gobierno “recuperar” 41 millones de dólares cinco años después de firmadas las escrituras.
La verdad está al fondo de una montaña de preguntas. ¿Qué papel juega la Procuraduría que debía ser consultada antes y no después? ¿Qué papel la Contraloría que se pone en acción con cinco años de retraso? ¿Qué responsabilidad tienen los compradores y los vendedores? ¿Por qué se hacen denuncias, acusaciones, inculpaciones, exculpaciones, confiscaciones, sin participación de los jueces? Y una docena más de preguntas sobre el Alto Mando, el Issfa, los ministros de Defensa, Ambiente y el Ejecutivo.
Si se convoca a los medios de comunicación y se hacen declaraciones, debe ser para decir toda la verdad a los ciudadanos y no para proponer acertijos o estimular rumores cuando deberíamos concentrarnos en la solución de la crisis económica que se hace más amenazadora entre más se la oculta, se la aplaza o se la parcha.
Si se acusaba a los medios de comunicación privados de trastocar la realidad presentando versiones interesadas de ella y no los hechos tal como ocurrieron, resulta mayor la amenaza contra la verdad cuando los medios de comunicación están en manos de funcionarios interesados en sembrar versiones o quedar bien con sus superiores.
Antes y ahora el público clama por la verdad porque es necesaria para orientar decisiones individuales y la conducta social.
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