Es comprensible que el crimen político mezcle o confunda el delito con las intenciones o móviles de su concreción, fuera del entorno personal, familiar o social . Por eso, estas circunstancias dan lugar a contradictorias elucubraciones sobre lo sucedido; mucho más si hay vinculaciones con áreas de la política interna o mundial.
El crimen o suicidio inducido que se produjo en la persona del fiscal Alberto Nisman de la justicia fiscal argentina, motiva indagar sobre el hecho concreto, así como también del entorno nacional e internacional en el cual se perpetuó la urgente desaparición del funcionario.
El acto criminal cometido contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA, el 18 de julio de 1994, precedido por el ataque terrorista contra la Embajada de Israel el 17 de marzo de 1992, también en Buenos Aires, no puede desconectarse de la muerte o suicidio inducido de Nisman, como tampoco del frustrado Memorándum de Entendimiento entre la República Islámica de Irán con la República Argentina el 27 de enero del 2013. Resulta imposible no ejercer, lamentablemente, el derecho a la sospecha contra una nación que ha sido referente mundial de la cultura y la ciencia desde el siglo XIX.
En el crimen del fiscal argentino existe un tortuoso sendero. Se partió, de una visión preliminar de la víctima. Un evidente suicidio; luego, el discurso oficial cambió tal causal por la de un presunto asesinato y, finalmente, por las últimas declaraciones de la Fiscalía, se perfila un hecho que no deja de ser relevante como es el de un “suicidio inducido”. ¿Tan grave pueden ser las causas que determinaron la acusación fiscal y el contenido de las pruebas contra personajes del alto nivel del Gobierno argentino bajo la acusación de encubrimiento de los crímenes contra las entidades judías? Pareciera que la historia retrocede y nos encontramos con el caso del extraordinario general Erwin Rommel a quien se condujo a un suicidio inducido por haber sido parte del atentado contra Adolfo Hitler, antes del derrumbe definitivo del Tercer Reich. No es que exista un crimen perfecto, sino que en la política y el poder la ejecución gozan de muchas garantías preprocesales y post mórtem. No sería raro que ahora aparezca, por obra judicial o de la pesquisa, un actor confeso -inducido también por los poderes– y se cierre el caso.
Cuando existen móviles de carácter internacional es difícil cerrar un expediente o que la conciencia del país de origen quede tranquila y reivindicada, luego de un trauma como la desaparición de quien estaba a punto de exponer sus conclusiones. ¿Suicidio de última hora o inducido?
La memoria recuerda sus dudas. ¿Quiénes ordenaron matar a John Fitzgerald Kennedy? Parece que esta vez la coartada del suicido puede ser evidente, pero no convence… como en las dos películas del siglo pasado de Alfred Hitchcock “El hombre sabía demasiado”. . .