Temer que, luego de siglos de haber sido parte de un solo país, Escocia puede resolver, en un referéndum, abandonar el Reino Unido; seguir discutiendo sin fin si se queda o se va de la Unión Europea, cosa que también podría definirse en otro referéndum; ser cada vez más conscientes de que Gran Bretaña, otrora la primera potencia del mundo, pesa cada vez menos en el escenario internacional, y es en algunos aspectos, apéndice de Estados Unidos; tener una Reina muy popular, pero eterna, cuyo sucesor está ya viejo y sin expectativa de heredar el trono; hasta haber sido Inglaterra humillada en el Mundial de Fútbol, un deporte inventado por los ingleses. Todo ello revela una “crisis de identidad”, mal que se diagnosticaba, por lo general, a los pueblos subdesarrollados del Tercer Mundo.
Un autorizado columnista de The New York Times ha diagnosticado esa enfermedad a Gran Bretaña de hoy, con sobradas razones. En efecto, solo mencionar que Escocia pueda ser independiente es grave, más aún si esa posibilidad existe. La división, un fenómeno de Sudán o Bangladesh, hasta de Yugoslavia, ahora puede darse en tierras británicas. Y eso mueve todo el piso: la estructura política, la economía, las comunicaciones y hasta la naturaleza de la monarquía.
La pertenencia del Reino Unido al Mercado Común Europeo fue siempre un tema de fuerte debate. Los británicos resolvieron entrar allí por conveniencias comerciales, y nunca han tenido conciencia europeísta mayoritaria o deseo de integración política.
Es verdad. Pero ahora las definiciones se precipitan. Hasta ha surgido un partido político entero, muy exitoso por cierto, cuya principal tesis es dejar la Unión Europea. Y eso no es nada fácil, como los propios empresarios del país lo han advertido a un Gobierno conservador que ve divididas sus filas entre los que pugnan por irse y los que quieren quedarse.
Al fin de la Segunda Guerra Mundial, o hasta hace dos décadas, nadie dudaba sobre la “especial relación” de Gran Bretaña con Estados Unidos. Pero ahora, conforme el peso del país baja en la balanza mundial, esa relación ya no es tan clara. Hasta la alianza militar que se dio para invadir Iraq es ahora motivo de crítica, aun en los círculos más reaccionarios, no se diga en sectores laboristas, que todavía no entienden cómo “su” Primer Ministro se metió en esa aventura siguiendo a Bush.
Hay otro síntoma de crisis identitaria: Gran Bretaña es un país crecientemente pluricultural, en que los descendientes de migrantes de sus excolonias tienen otros modos de vida, “poco británicos”, por decirlo de alguna manera. Esta es una cuestión que está en el centro del “ser británico”. Pero esto no se reconoce en toda su dimensión.
Mientras más pronto se lo haga, la crisis dará paso a una nueva “invención” del Reino Unido del siglo XXI.
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