México. El Universal, GDA
Hablar de la obra completa de José Emilio Pacheco es como tratar de abarcar con un abrazo todo un bosque. Prácticamente ningún género se le ha resistido a este autor, ni en la literatura pura ni en la aplicada, según la distinción clásica que hacía Alfonso Reyes. Y precisamente como Reyes, Pacheco es un escritor todoterreno, un polígrafo virtuoso.
Pacheco ha dicho en alguna de sus conversaciones que su primer contacto con la poesía quizá haya sido a los dos o tres años al oír, y después repetir, “a un panal de rica miel / dos mil moscas acudieron / que por golosas murieron / presas de patas en él”. Y como las moscas de la fábula de Samaniego, desde entonces quedó atrapado en la melaza de la poesía.
Me siento zorimbo, es una palabra que ya no se usa. Puede ser turulato.
José Emilio Pacheco
Escritor y poetaDe 1963 data el primer libro de poesía ‘Los elementos de la noche’, una primera reunión de poemas extraordinariamente maduros producidos por un muchacho de 24 años. Desde entonces, Pacheco ha publicado poco más de una decena de poemarios, algunos con reediciones que consignan nuevas versiones: una nueva coma, diferente disposición tipográfica para explorar ritmos de lectura, cambios en los títulos, un adjetivo menos, un punto borrado: la filigrana en constante pulimento.
‘El reposo del fuego’ (1966), Pacheco lo publicó luego de transitar por un momento clave para su formación: su colaboración en ‘Poesía en movimiento’ (1966), la antología ideada por Octavio Paz y por el editor Arnaldo Orfila Reynal, que incluyó solo poesía mexicana experimental. Pacheco fue uno de los jóvenes poetas elegidos por Paz y Orfila, junto con Homero Aridjis y Gabriel Zaid, para participar en ese ejercicio editorial y de crítica que marcaría el rumbo de muchas vocaciones en los años por venir.
El suyo estaba perfilado por sus descubrimientos y relecturas de la poesía mexicana y su diálogo abierto y directo con Octavio Paz, un influjo esencial y permanente en los poetas de la generación de Pacheco. ‘El reposo del fuego’ es un poema largo que nace de la reflexión del poeta con la historia trágica y cíclica del país; una exploración del México subterráneo, en donde “hemos creado el desierto: las montañas, / rígidas de basalto y sombra y polvo…”.
A mediados de los sesenta, Pacheco no era pues una promesa, ya era una realidad. Ruptura y continuidad a pesar de su carácter retraído, de su conocida timidez, en los años sesenta, José Emilio Pacheco era un torbellino que colaboraba en casi todas las publicaciones importantes del país y, además. publicaba libros.
‘No me preguntes cómo pasa el tiempo’ (1969) hoy es una referencia de la poesía de aquella década, un período de experimentaciones, de cosmopolitismo, de ruptura con las tendencias nacionalistas, de crítica a la cursilería. En ese libro se ve plenamente el poeta de exploraciones, de ruptura y que, al mismo tiempo, busca en la tradición de la poesía hispánica (Darío, Tablada, Velarde, Manrique) lo mejor para anclar su proyecto poético.
Ya desde ‘La sangre de Medusa y otros cuentos marginales’ (1959), un libro precoz publicado a los 20 años, el autor daba trazas de su destreza como narrador. Hoy no parece un libro de principiante sino de un escritor hecho.
En su producción narrativa, Pacheco tiene otros cinco títulos publicados que han sido recibidos con críticas muy variadas.
Ensayista, cronista, articulista, guionista de cine (‘El castillo de la pureza’), dramaturgo (‘La Numancia’) e incluso como un traductor que ha hecho de este oficio todo un arte, el flamante Premio Cervantes es hoy por hoy un polígrafo ejemplar.
Con medio siglo dedicado a las letras, ha recibido numerosos galardones, entre ellos el Xavier Villaurrutia, el Reina Sofía de Poesía y la medalla de oro de Bellas Artes de México.