Creo que debo empezar diciendo que usted me cae mal. No siempre me cayó tan mal, pero tampoco es que alguna vez me fue simpático. Todo empezó cuando comenzaron los rumores de su relación con paramilitares. Después, las pocas simpatías que le quedaban se extinguieron cuando su Gobierno empezó a fumigar la zona fronteriza con mi país.
Claro que el aciago día en que se le ocurrió ordenar que aviones de la Fuerza Aérea Colombiana bombardeen el territorio de mi país, ese día sí que se ganó mi más profunda antipatía. Yo entiendo que usted estaba detrás de un terrorista, pero cómo tuvo el descaro de ordenar que bombardeen mi país. Siempre trato de no odiar a nadie para no envenenar mi corazón y ese día usted casi logró hacerme romper mi propia norma.
Si hasta ese momento ya se había ganado una profunda animadversión de mi parte, logró empeorar la bajísima opinión que le tenía el día en que arrancaron sus maquinaciones para conseguir una segunda reelección. Para empeorar las cosas, fue horrible la forma en que se aprobó la ley que autorizaba un referéndum para reformar la Constitución de su país. Querer reelegirse para un tercer período ya es demasiado, a lo que hay que sumar que los terceros períodos en América Latina han sido bastante malos (basta ver a Fujimori y Chávez).
Pero quiero aprovechar este artículo para felicitarlo, porque una reciente decisión suya merece que lo haga. Resulta que el Tribunal Constitucional de Colombia declaró que esa ley, la ley del referendo, era inconstitucional. Y usted aceptó esa decisión. Sabiendo cuánto usted quería reelegirse, debe haberle costado acatar esa resolución. Nuevamente, lo felicito por haber respetado lo que dijo el más alto tribunal de justicia de su país.
Porque en mi país eso no pasa. Resulta que a inicios del 2007, el Presidente de mi país quería convocar una consulta popular para llamar a una Asamblea Constituyente. De una manera muy fea, y en un segundo intento, él logró que el Tribunal Supremo Electoral aprobara la realización del referendo. Unos días después, el Tribunal Constitucional de mi país declaró inconstitucional esa convocatoria. Manifestantes enfurecidos, todos muy cercanos al Gobierno de mi país, se tomaron el Tribunal Constitucional, maltrataron a los jueces y la Policía fue sorprendentemente ineficiente en protegerlos.
Unos días después, un Congreso de obedientes segundones (los principales habían sido destituidos poco antes por el Tribunal Supremo Electoral), el “Congreso de los Manteles”, destituyó a los jueces constitucionales y desde ahí las cosas solo han empeorado. Lo felicito presidente Uribe por haber respetado el fallo del Tribunal Constitucional de su país. Para hacerlo hay que, en palabras suyas, “ser varón”.