El espectacular suceso de La Habana y Caracas impulsó la elevación del comandante Chávez al nivel de superpersonaje. Se unieron sus singulares y atractivas características personales y políticas, su revolución del siglo XXI, el buen precio del petróleo, su verbo y su pasión, la reelección presidencial, el perverso cáncer, las dosis informativas, el silencio, el misterio, le designación de un heredero presidencial sui géneris, las expectativas, las esperanzas de vida, la muerte, la gloria. Tras el gigantesco y sentido sepelio queda en pie -posiblemente por muchos años- el chavismo. Maduro se ha lucido manejando la enfermedad y el desenlace. Ahora le viene lo bueno. Se perfila su triunfo y su rival Capriles casi se resigna a esperar seis años, dejando al “delfín” con todos los problemas actuales y próximos. La gran Venezuela tiene oro negro y millonarios ingresos pero no le faltan los retos, entre ellos los inflacionarios y productivos.
Para el Jefe ecuatoriano Rafael la muerte de su amigazo y a veces mentor coincidió con uno de sus mejores momentos, muy poco después de triunfar una vez más en las urnas, aplicando algunas tácticas electorales del siglo XXI y otras propias, apabullando a sus rivales -más que Chávez al suyo- y dispuesto a viajar a Caracas para compartir las emociones de los dos triunfos. Esa cita y la conversación feliz no fueron posibles. La enfermedad era grave y el Jefe siguió en Quito con lo suyo. Aquí se dio gusto fustigando a los modestos postulantes que le enfrentaron el 17 de febrero, tratándoles de limitaditos, pero -en buena hora- cambió el guión y tuvo palabras de elogio hacia uno de ellos, reconociendo a Lasso -el ex banquero del barrio- como buen ciudadano, digno jefe de la oposición y representante calificado de la derecha ideológica. Un gesto plausible y oportuno del gobernante, justo además, cuando ya surgían chismes y sospechas de que la tremebunda y desigual campaña presidencial correísta última era parte de un plan para llegar a un caso inquietante de “partido único” o algo por el estilo.
Más aún, el Jefe planteó que su paso por Carondelet culminará y terminará en el 2017, según lo dijo varias veces. Esa perspectiva entraña un período próximo muy interesante, de cuatro años de trabajo y aportes, sin tener en la mente los votos como principal preocupación. Inclusive, con más experiencia. Al respecto , dicen los politólogos que cuando un Jefe se pasa de los 10 años en el poder comienza a oler a caudillismo. Hay, en realidad, interés y expectativas por el próximo período, con un Gobierno que tiene a su disposición los poderes y las mayorías, que le gusta hacer obra y no escatimar el gasto público, cuando lo de Venezuela es un caso que ha sido imitado en varios países pero también deja lecciones muy serias en los temas económico y político.