Phumzile Mlambo-Ngcuka/International Press Service
El dolor y el coraje de más de un millón de personas que publicaron en Twitter #MeToo y #YoTambién los últimos días han llenado las redes sociales de historias personales sobre acoso y agresiones sexuales.
Esta protesta virtual resalta tanto la urgencia de encontrar una voz compartida como la escala oculta que habían tenido estas agresiones que previamente no habían sido registradas. Cuando las mujeres son casi invisibles, cuando no son vistas realmente, parece que a la gente no le tiene que importar lo que les sucede. Esta protesta en línea es importante porque está dando voz a actos que son públicos, pero que habían sido silenciados y neutralizados convencionalmente. Es un cruel privilegio acosar a una niña o una mujer con impunidad, pero en muchos casos esta es la norma.
Lo que estamos viendo ahora, mientras las mujeres construyen estas narrativas y se refuerzan unas a las otras, y los hombres se unen a la conversación para admitir su rol, es la validación del derecho a denunciar estos actos públicamente. También estamos viendo en números la fuerza que tienen estas experiencias individuales que normalmente se callan y no se denuncian.
Mientras se construye una multitud a partir de las mujeres que cuentan su historia, vemos emerger una imagen de la vida real. Una masa crítica que está creciendo y que demuestra cuántas cosas están mal cuando la gente puede actuar con impunidad en una cultura de silencio.
Esta ola en línea se une a una gran cantidad de movimientos masivos que colectivamente expresan el activismo de las mujeres: las marchas Ni una menos en América Latina para protestar por la violencia contra las mujeres, particularmente contra aquellas menos privilegiadas; las marchas de mujeres que tuvieron lugar alrededor del mundo a principios de este año en apoyo a los derechos de las mujeres y otras libertades; así como las marchas en Polonia e Irlanda en contra de la prohibición de abortos.