Donald Trump condujo la campaña política desde la dialéctica amigo/enemigo, propia del fascismo y del populismo – la mitad del país votó contra la otra mitad-.
La inteligencia con la que Adams, Madison, Jefferson, Hamilton, imaginaron una ingeniería constitucional con filtros que impidieran la llegada al poder de la demagogia y la tiranía fracasó a los doscientos años. Faltaron los valores republicanos y la virtud ciudadana que hicieron de Estados Unidos una democracia ejemplar.
El populismo llegó a América del Norte, para beneplácito de los integrantes de la internacional populista que esperan su turno. “Hoy Estados Unidos, mañana Francia” proclamó Jean Marie Le Pen.
Una coalición de ciudadanos blancos que se habían quedado desamparados encontraron en Trump a su representante. Son los afectados por la crisis económica-financiera del 2008 que sigue dando coletazos. La a clase media que perdió calidad de vida y vio como sus casas eran rematadas por los bancos. En este contexto y en un país en el que la gran riqueza se ha concentrado en el 1% de la población, era inevitable la reacción de una ciudadanía resentida, que buscó en un mesías la tabla de salvación.
El gran magnate que dedicó su vida a gestionar negocios en beneficio propio, captó con su olfato político que una parte importante de la sociedad buscaba el cambio y diseñó un discurso electoral de crítica a la política de Washington y a los poderes fácticos que compartían el poder, promoviéndose como el salvador llamado por la providencia para que Estados Unidos recupere su destino manifiesto.
El muro en la frontera con México parece que se levantará entre el Capitolio y la Casa Blanca. En las dos cámaras del Congreso la mayoría pertenece al Gran Old Party, fiel a sus tradiciones y valores. El partido de Lincoln propugna el individualismo, el libre mercado, el comercio internacional, el Estado espectador y no intervencionista, la disminución de los impuestos: el laisser fair. Trump, al menos por lo que anunció en la campaña electoral, se sitúa en la otra orilla, pero necesitará del Congreso para gobernar, lo que lleva a concluir que su programa de gobierno será filtrado por los legisladores.
Queda una pregunta por contestar: ¿qué es Trump? Y la respuesta es que no es conservador ni progresista, sin ser tampoco republicano, pero que comulga con ciertos postulados de esa agrupación. Parecería que es un populista pragmático, dispuesto a acoplarse a la circunstancia según se presente. Solo el tiempo despejará la pregunta, pero bien cabe anticipar que no podrá ser el demagogo que hipnotizó a buena parte de la sociedad americana y que prevalecerá el sentido común.