La frontera es una línea convencional que marca el confín del Estado: su soberanía terrestre, marítima y aérea, a la que el Estado está de la obligación de proteger y vigilarla.
La vecindad con Colombia, de tiempo atrás, ha sido fuente de conflictos, agravados por la paz con las FARC.
El gobierno anterior, llevado por el dogmatismo y una retórica contra Estados Unidos, expulsó a la base de Manta que, de manera eficiente, frenaba a la mafia terrorista. El campo quedó abierto para que avionetas y lanchas cargadas de droga circulen sin obstáculos, en un país atractivo para los narcos internacionales por la dolarización y falta de controles. Ha llegado la hora de alejarnos de la política de la ALBA que guía a nuestra Cancillería y a unos cuantos altos funcionarios adictos a los mandatos de Correa. Y es tiempo de poner en marcha una diplomacia que se concrete en acuerdos con Estados Unidos y otros países experimentados, para que nos ayuden con drones, tecnología y servicios de inteligencia. Así como es necesario comprometer a Colombia para expulsar de las zonas fronterizas a los narco-guerrilleros, en acciones conjuntas de nuestras fuerzas de seguridad. Por eso es necesario un frente interno, dirigido por ministros competentes y pragmáticos que sepan manejar las relaciones internacionales en función de nuestros intereses y elaborar un proyecto a corto y largo plazo que constituya política de Estado.
No había razón para pensar que el acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC cambiaría la situación de nuestras regiones fronterizas, que se encuentran en una posición más grave que la que había cuando esa organización controlaba la narco-guerrilla.
Nariño, que colinda con nosotros, está tomada por doce clanes de la droga que luchan metro a metro el territorio para los carteles que comandan las operaciones desde México. No podemos ser ingenuos y creer que seguimos siendo solo una zona de tránsito para unas cuantas toneladas de estupefacientes que vienen del norte para exportarse por nuestras costas. Hoy tenemos laboratorios y bases de operación.
El señor Moreno no las tiene fácil porque heredó un Estado frágil, sin recursos económicos y sin unas fuerzas armadas eficientes, que fueron desmanteladas durante diez años de correísmo. Suponemos que el ejército habrá preparado un plan de acción y de equipamiento, no con tanques ni aviones de caza, sino con medios aptos para operar en la selva y proteger el territorio nacional de las huestes de la violencia y la droga.
Lamentablemente, la guerra con la narco-guerrilla no se agota con capturar al Guacho. Estamos insertos en una lucha que permanecerá mientras seamos necesarios a los carteles internacionales.