Los partidos políticos del país desaparecieron, en parte, por su incapacidad para vincularse y representar los intereses de la sociedad y, en otra, porque en su mayoría se estructuraron en torno a caudillos cuya voluntad sustituyó a las ideologías.
En este contexto, no deja de ser contradictorio que en las recientes elecciones hayan empezado a renacer las tendencias clásicas: el centroderecha, representado por Creo y SUMA; Avanza que ha recogido los rescoldos de la Izquierda Democrática y Alianza País que es un populismo de izquierda, que ha desplazado a las corrientes radicales y al socialismo neomarxista. Las nuevas generaciones han vuelto a sentir la necesidad de la función legitimadora de los partidos, en cuantos instrumentos de conformación de los órganos del Estado y como centros de debate. Los partidos hacen posible la democracia y no pueden entenderse a los unos sin la otra. Su renacimiento dependerá del compromiso y sacrificio de los nuevos dirigentes, porque construirlos exige empeño, ideología y ética. Es contradictorio que este rebrote se produzca cuando la campaña en su contra, identificándoles con la “partidocracia”, se encuentra al orden del día. Y también es contradictorio que uno de los causantes de la liquidación del socialismo democrático, sea ahora su restaurador. Si la memoria no me falla, en las elecciones del 2006 el dirigente más connotado de la Izquierda Democrática quiso mantener la identidad del partido, con candidato propio y propugnó incorporar y apoyar el candidato Correa. Otro sector, ambicioso y enceguecido por las encuestas que daban la victoria a Roldós, hizo un matrimonio contra natura y el señor González formó binomio. Vuelve a ser contradictorio que la socialdemocracia que es un movimiento profundamente democrático, que defiende sus principios tradicionales como la libertad de pensamiento, la división de poderes, la independencia de la Función Judicial, reingrese a la vida política aliada a un Gobierno autocrático y que en nada responde a los valores del socialismo democrático, salvo la vocación social. En la enciclopedia de Rodrigo Borja se afirma, con razón, que “a este socialismo no le interesa implantar un régimen autocrático que excluya oposición y discrepancia. Prefiere el diálogo democrático antes que el monólogo totalitario”. El socialismo democrático es contrario a la estatificación y a la economía centralmente planificada, si bien cree en la planificación estatal, pero en combinación con el mecanismo del mercado. No sabemos cómo terminarán estas nuevas nupcias y qué sucederá en futuras elecciones si el economista Correa opta por postularse. Posiblemente se formará un binomio que, como sucedió en 1996, borrará del mapa al incipiente socialismo democrático.