Para luego es tarde
Si van a mi perfil leerán que ‘De taquito’ es un espacio creado para comentar de deporte, de eso que nos apasiona a muchos. Hoy, sin embargo, aprovecharé estas líneas para hablar de otra cosa.
Hace poco, una persona que llegó a mi vida para alegrarme, darme paz... perdió a su papá.
Unos días antes me había preguntado si quería conocerlo. Mi respuesta fue que aún no. Ya saben cómo es eso de conocer a la familia de tu novio. Sientes nervios, te tiemblan las piernas… Preferí posponer y él estuvo de acuerdo.
Hoy, lamento profundamente no haber sido yo la que haya insistido en llegar a la casa de su papá para charlar o simplemente tomar una taza de café.
Desde mucho antes de que mi novio me propusiera conocerlo, amigos míos me habían dicho que su padre era una persona correcta, justa, leal, hincha del fútbol… Su papá amaba a Liga. En casa guardaba recuerdos del plantel merengue y hasta en su carro tenía un distintivo de la ‘U’. Su amor por el deporte lo trasladó al segundo de sus tres hijos, mi novio. Él también quiere a Liga, disfruta jugando fútbol, viendo partidos de tenis.
Su padre lo acompañaba a las canchas… Era un gran padre, abuelo cariñoso y hasta le gustaba sonreír. Eso último me emocionó porque cada vez somos menos las personas que le sonreímos a la vida. Estamos tan ocupados con las tareas, el trabajo, los hijos, pensando en las cuentas que hay que pagar… que nos olvidamos de mostrar al mundo la curva –sonrisa- más linda que poseemos todos los humanos.
Me encanta la gente que sonríe e inyecta energía positiva a mi vida y, aun así, postergué aquel encuentro. Ahora solo me queda saber de él a través de las anécdotas, recuerdos y conversaciones. Mi amiga Vero, por ejemplo, le guarda mucha estima porque siempre estuvo apoyándola mientras disputaba el torneo interno de voleibol, en el trabajo.
Como dije antes, no lo conocí, pero estoy convencida de que aquellos calificativos le correspondían.
El día que lo fui a despedir y, en silencio agradecer por haber sembrado esos mismos valores en su hijo, volví a escuchar palabras de cariño para él.
Hablaban de la buena persona que fue, del cariño que entregó a sus hijos… Suspiré y me pregunté por qué dejamos para después lo que podemos hacer hoy, ahora, ahorita. Para qué aplazar encuentros, desenlaces, tareas…
Muchas veces, incluso, postergamos abrazos, besos, palmadas en la espalda. Otras veces nos cuesta decir Te quiero o Te amo. Pero cuando pasa el tiempo o llega una situación inesperada lamentamos no haber realizado lo que queríamos en el momento adecuado.
De sobra sabemos que los lamentos no sirven cuando las personas se van; pero saben qué es lo bueno, que cada día la vida te da una oportunidad para hacer aquello que tanto quieres. Hasta antes del 23 de mayo solía llegar a casa, revisar las tareas de mi hijo, ducharlo y meterlo en la cama. Después corría a ordenar la casa. Cuando volvía al dormitorio, mi pequeño ya estaba dormido. Ahora no.
Hoy llego a casa, saludo a mi hijo, escucho sus aventuras: que se cayó, que le duele el brazo, después que el dolor se le pasó a la pierna (ahí creo que exagera)… Le acaricio la cabeza, espero hasta que cierre sus ojitos y aunque no me escuche le digo que lo amo. Son las 22:00 y, ahora sí, empiezo a resolver esas cosas secundarias.
No lo conocí, pero aun así me dejó una lección.