Cardenal es uno de los grandes exponentes de la poesía conversacional. Fue influenciado inicialmente por T.S. Eliot y Ezra Pound, a quien tradujo. Foto: AFP.
El 17 de febrero se hizo pública la decisión del papa Francisco de levantar la suspensión ‘a divinis’ que pesaba desde 1984 sobre el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, una de las voces más preclaras y comprometidas de la poesía contemporánea. Dicha suspensión, dictada por el pontífice de entonces, Juan Pablo II, prohíbe al sacerdote objeto de la sanción ejercer sus funciones pastorales, incluida la de decir misa.
La razón esgrimida por el papa Wojtila fue el hecho de que Cardenal ejercía responsabilidades políticas -como ministro de Cultura- y era figura prominente de la Revolución Sandinista, actividades absolutamente seculares prohibidas por el Vaticano. Pero en la resolución pontifical debió gravitar, además, un hecho incontrovertible: Cardenal era sin duda un pilar de la llamada Teología de la Liberación, una tendencia que intentaba devolver a la Iglesia el espíritu primitivo del cristianismo (“la opción por los pobres”) y que el Papa polaco combatió decididamente, habida cuenta de sus vinculaciones teóricas con el marxismo.
Un año antes de que se dictara la prohibición, la imagen de un Ernesto Cardenal arrodillado en el aeropuerto de Managua ante el papa Juan Pablo II recorrió el mundo entero, en momentos en que el máximo jefe de la Iglesia le regañaba precisamente por ello: sus actividades políticas y revolucionarias.
Cardenal cumplió rigurosamente la prohibición, pero a la vez no ha dejado de ejercer una de las facetas primordiales de su personalidad: ser una conciencia crítica de su tiempo y haber entendido su misión de revolucionario en toda su integridad, no solo como un proceso de cambio en profundidad en la esfera política y social, sino también, y sobre todo, en un volver a los valores de la dignidad y la esperanza, tanto como de la ética y el respeto a la libertad y los derechos humanos.
Consciente de ello, en 1994 Cardenal abandonó su militancia en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en protesta contra Daniel Ortega, máximo líder de la organización revolucionaria. El poeta no podía transigir con la corrupción y trastocación de los valores de la Revolución Sandinista que, ya en aquellos momentos, encarnaba Ortega, y que hoy han sido plenamente evidenciados en ese atormentado país centroamericano, agobiado bajo la satrapía de la pareja Ortega-Murillo y que se va cobrando centenas de vidas del pueblo nicaragüense, levantado en insurrección.
Sus críticas a Ortega le han valido el constante hostigamiento de la dictadura, incluyendo una serie de juicios que intentan, incluso, despojarle de sus bienes, entre ellos, la casa de su propiedad en Granada. No obstante, el poeta no ha abandonado su línea confrontativa: denunció, por ejemplo, la intención de Ortega de construir un canal interoceánico a través del lago Cocibolca, proyecto que tendría secuelas negativas irreparables para el medioambiente de la región.
Pocos podían prever que Ortega, líder revolucionario, devendría en un tirano tan execrable como Somoza, al que combatió. Pero la historia ha demostrado que Cardenal, poeta, místico y conciencia alerta e insobornable, no se había equivocado en 1994.
Nacido en 1925 y vástago de una tradicional familia nicaragüense, su vida ha sido una permanente renunciación, y paradójicamente una afirmación, en aras de aquello que siempre consideró esencial para cumplir con su misión literaria, religiosa, revolucionaria y profética. Laico aún, en 1954 estuvo involucrado en la fracasada Revolución de Abril contra el tirano Somoza, lo que le obligó a exiliarse.
Poco después, el 2 de julio de 1956, el poeta experimenta una especie de iluminación mística que le lleva a internarse en el monasterio trapense de Gethsemaní, en Kentucky, EE.UU., donde traba una fecunda relación con el también poeta y monje Thomas Merton. Este proceso de conversión a un estadio de mayor compromiso de índole religiosa, se problematizaría o enriquecería más tarde en Cuernavaca, donde seguiría estudios de teología, y luego, bajo los efectos del Concilio Vaticano II, en una perspectiva revolucionaria comprometida con el cambio en la Iglesia y en su misión pastoral frente al pueblo.
De regreso a su país funda el monasterio de Solentiname en una de las islas del Gran Lago de Nicaragua (o Cocibolca), que se convertirá en un centro de irradiación cultural, religiosa y política y donde escribirá su ‘Evangelio de Solentiname’, testimonio de una experiencia innovadora en varios órdenes interdisciplinarios. Años más tarde, en 1989, fundará una institución similar, pero quizás menos concitadora de vocaciones revolucionarias, místicas y poéticas: la Casa de los Tres Mundos, en su Granada natal.
Memorables obras suyas son el ‘Cántico cósmico’, obra de 1989; la ‘Oración por Marilyn Monroe y otros poemas’, de 1965; ‘El estrecho dudoso’, de 1969; ‘Homenaje a los indios americanos’, 1969; ‘Oráculo sobre Managua’, 1973; ‘La revolución perdida’, 2004; ‘El Evangelio de Solentiname’, de 1975; entre otras muchas que conforman una suma, no solo literaria sino también política y mística.
Cardenal es uno de los grandes exponentes de la llamada poesía conversacional, que en los años sesenta optó por un lenguaje directo y, al mismo tiempo, evocativo e iluminador. Se lo considera también figura representativa del denominado exteriorismo, una corriente poética peculiar de Nicaragua que empata con el canon de la poesía coloquial o conversacional.
Influida primigeniamente por poetas como T.S. Eliot y Ezra Pound -a quien tradujo-, la poesía de Cardenal recoge y transfigura ecos tanto de la Biblia cuanto de las vertientes poéticas más universales. A la par, plasma -en su conjunto- no solo una mirada inquisidora sobre la época contemporánea sino también una recuperación, histórica y mítica del transcurrir en el tiempo de Nuestra América, desde sus orígenes precolombinos, pasando por la impronta dejada por los conquistadores y su evolución hasta la edad actual.
Libros como ‘Homenaje a los indios americanos’, supusieron un proceso investigativo de varios años sobre las culturas originarias del continente americano. Otras obras, como el mismo ‘Cántico cósmico’, denotan profundos conocimientos cosmológicos y ecos de las teorías de Teilhard de Chardin, Darwin y del propio Marx.
No en vano ha venido sonando en los últimos años como un serio candidato al Premio Nobel de Literatura. Hoy, postrado en un hospital de Managua, la Iglesia ha reivindicado su personalidad mística y religiosa, pero ya hace tiempo que se habla de él como de una figura fundamental en la literatura y en la contracara ética y humanista de un mundo, el actual, signado por la demagogia, la crueldad, la corrupción y una propensión, casi enfermiza, a la catástrofe y acaso a la muerte.
*Escritor, diplomático.