Ya sea ayudas sociales, al medio ambiente o hacia los animales, las personas se animan a contribuir de alguna manera en beneficio del otro. Algunos se van a otros países por largos periodos, otros dedican todas sus tardes y hay quienes destinan todo su tiempo en beneficio de los demás.
Un voluntario es: “persona que, entre varias obligadas por turno o designación a ejecutar algún trabajo o servicio, se presta a hacerlo por propia voluntad, sin esperar a que le toque su vez”, como los describe el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Es por sus acciones y dedicación que ayer se celebró el Día Internacional del Voluntario para reconocer su labor.
Algunas instituciones incluso se sostienen únicamente del trabajo voluntario que realizan sus integrantes quienes se unen por una determinada causa.
Samanta Villegas, estudiante de economía, es una voluntaria quien decidió dejar por un momento su rutina por una causa mayor, la reforestación de Galápagos.
San Cristóbal fue su destino. Cuando llegó los guías le dieron instrucciones de cómo se llevarían a cabo las tareas y empezó a relacionarse con locales y extranjeros.
Personas de Dubai, Inglaterra, suecos y estadounidenses se juntaban en la isla, motivados por su deseo de contribuir con la región. Pero su asombro fue ver que la mayoría de personas que estaban ahí dispuestos a ayudar eran solamente extranjeros y ella era la única voluntaria ecuatoriana.
El primer día de trabajo fue “agotador”, admite Samanta. Se levantó a las 06:00 y empezó con las actividades del día que implicaban retirar las plantas que no fueran autóctonas de la zona y reemplazarlas por las locales. Además, debía cuidar de las reservas de agua dulce.
Después también contribuía con la preparación de la comida y con el aseo del lugar donde se hospedaba. Aunque la primera noche el pánico invadió su mente, ya que el sonido de los insectos que se acercaban a su cama y el caminar de las ratas en el exterior no le dejaban dormir, poco a poco fue acostumbrándose y dejando sus miedos en el pasado.
Por las noches, junto con otros voluntarios, se reunían con los locales para compartir experiencias, conversar de sus problemas pero el principal objetivo era enseñarles cómo debían continuar con el cuidado y preservación de los recursos naturales de la zona.
Samanta afirma que fue una experiencia que “no cambiaría por nada” ya que además de hacer amigos tuvo la oportunidad de “aprender de primera mano la realidad de la isla”.
Después de seis meses decidió regresar y continuar con sus estudios pero siempre tiene presente que volverá para continuar con la ayuda y espera que cada vez sean más los ecuatorianos que realicen actividades de ayuda social dentro de su propio país.