Richard Aguavil tarda hasta una hora pintando su cabello con achiote. La pasta dura ocho días en el cabello. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO
Más de una hora tarda el tsáchila Richard Aguavil, de 24 años, en colocar el achiote en su cabello. Él decidió vestir su atuendo tradicional cada vez que transita por las calles de Santo Domingo. Así lo hacían sus antepasados en 1958, cuando la ciudad empezó a poblarse.
Antes de salir de su vivienda, ubicada en la comuna Colorados del Búa, se cerciora que no falte una prenda en su vestimenta típica. Esta se compone de la manpe tsanpa (falda tsáchila), un cinturón rojo, bufandas de colores en el cuello y una corona de algodón en la cabeza. Pero ese atuendo se ha ido modificando.
Según el tsáchila Henry Calazacón, en lugar de la falda se utilizan pantalones. Unos usan camisa y quienes no la usan se cubren la espalda y el cuello con telas de colores. Lo hacen por el frío del invierno o para evitar las picaduras de los zancudos en las comunas.
En las calles -afirma Aguavil- solo se los distingue por el cabello rojo, pintado con achiote. “Antes vestía como mestizo porque viví un tiempo en Santa Elena, pero al regresar me di cuenta que las tradiciones se han perdido y que nuestra cultura se ha distorsionado y pese a los esfuerzos de varios tsáchilas aún no se valora lo nuestro”, dice Aguavil.
Él asegura que los aborígenes solo se visten y se pintan el cuerpo y el cabello cuando hay turistas, reuniones importantes o deben representar a la nacionalidad en un evento. Pero en la calle no usan ningún distintivo de la nacionalidad. Aguavil relata que su padre Freddy le contó que los tsáchilas dejaron de vestirse tradicionalmente porque eran discriminados por los colonos. “Tenían apodos para nuestra etnia, por eso para salir al centro ya no utilizaban la falda o el pelo con achiote”.
Esa fue la motivación para que, desde hace tres meses, Aguavil empezara a mostrar en instituciones públicas, privadas y en las calles del centro de Santo Domingo su indumentaria tradicional.
A principios de marzo visitó la radio tsáchila Sonba Pamin. Ahí tuvo la oportunidad de invitar a los tsáchilas que viven en las siete comunas para que empiecen a utilizar la vestimenta típica. “Muchos se dibujan símbolos en la cara, pero la tradición era solo pintarse líneas horizontales y cubrir los pies con la pintura”.
Además, ha asistido a reuniones del seguro campesino del IESS. “Las autoridades me felicitan (por lo que hace)”. El joven recuerda que la idea inicial era salir descalzo y con los pies pintados de huito, un pigmento negro natural que se extrae de un fruto silvestre llamado malí. Para elaborar la pintura, el tsáchila debe buscar los frutos en sus bosques. En el caso de Aguavil su familia tiene plantaciones de plantas de achiote y malí. “Mi padre me dijo que era mejor idea si mostraba todo el atuendo y no solo los pies”, dice.
El primer día que el joven usó su vestimenta tradicional recuerda que las personas lo miraban con temor, sorpresa o lo ignoraban. Se debe a que desde hace más de 30 años no se ve, por la ciudad, a los tsáchilas con su traje autóctono a menos que vayan a un pregón o presentación artística. “Algunos también me felicitaron y me llamaron compadre, porque así saludaban a los tsáchilas antes”.
Para el gobernador de la nacionalidad tsáchila, Javier Aguavil, la participación de los jóvenes en los procesos de identificación de la nacionalidad son fundamentales: “No es lo mismo que los adultos contagiemos el amor por nuestras raíces a los niños a que lo hagan los jóvenes, porque ellos se convierten en un modelo o una inspiración”.
En la familia de Richard Aguavil, el mensaje ha llegado a los niños. Hasta hace tres meses, los sobrinos del tsáchila no se dejaban pintar el cabello con achiote. “Siempre lo hago en el patio y ellos me ven. Entonces les ha dado curiosidad y ya se dejan pintar”, cuenta.
La tinta en el cuerpo y en el cabello no es un elemento decorativo en la vestimenta tsáchila. Para la nacionalidad significa la lucha por combatir enfermedades como la viruela y la fiebre amarilla.
Según Ángela Aguavil, abuela de Richard, los tsáchilas estaban desesperados porque esas enfermedades tropicales estaban acabando con la tribu. Entonces los poné (curanderos en tsáfiki) se contactaron con los dioses de la naturaleza y ellos les dijeron que debían encontrar dos semillas, de las que se extraería un pigmento rojo y negro. Los miembros de la tribu debían pintarse el cuerpo para protegerse. A los pocos días sanaron. Entonces decidieron pintarse líneas como símbolo de la prolongación de la vida y en el cabello como protección.
Una de las metas de Aguavil fue contar esas leyendas sobre el origen de la nacionalidad. Lo hizo en la fiesta Kasama (Nuevo Amanecer). Ahí se presentó vestido de tsáchila y pidió a los hombres presentes que retomaran las costumbres y tradiciones tsáchilas.
En su plan tiene previsto recorrer, al menos una vez al mes, las calles de Santo Domingo con su vestimenta típica. “Me gustaría que las personas puedan conversar conmigo y tener la oportunidad de contarles las leyendas de nuestra etnia y que así nos entiendan y nos apoyen”.