Las terapias con sonido permiten un equilibrio y mayor conciencia emocional de los pacientes. Foto: Jenny Navarro / EL COMERCIO.
Luces verdes, rojas, amarillas, naranjas, lilas… una gama incontrolable de tonos se dispersan a lo largo de una pequeña habitación blanca. En medio de este torbellino luminoso, sonidos de animales y de olas del mar inundan el espacio destinado a terapias sensitivas para personas con discapacidad severa.
En medio está sentada Rafaela L. Desde los 3 meses de nacida, la niña empezó a sufrir convulsiones reiteradas, que luego le originaron un retraso mental. A los 3 años empezó a pronunciar sus primeras palabras y a los 5 años empezó a caminar; sin embargo, poco a poco fue perdiendo estas habilidades físicas y motrices.
Hoy la pequeña tiene 7 años y 79% de discapacidad severa. Ella asiste a la Fundación de padres de familia de niños, jóvenes y adultos con discapacidad severa (Fudise), que desde abril de este año inauguró una novedosa sala multisensorial, que trabaja para ayudar en la parte visual, auditiva, olfativa y vestibular de los niños con discapacidad severa.
Esta sala es un espacio lleno de luces, texturas, olores, sonidos y colores, donde se trabaja en la sensibilidad de las piernas y los brazos paralizados.
A Rafaela, esta novedosa terapia le ha permitido incrementar el contacto visual y mejorar su atención mediante la observación de luces que se encienden y se apagan y que le ayudan a reconocer los colores.
Su cuerpo ha adquirido mayor movilidad y destreza. Ahora es más independiente, su madre ya no tiene que llevarla al baño ni ayudarla a alimentarse. Poco a poco ha mejorado su conducta y ha aprendido a comunicarse mejor con sus amigos, con la ayuda de estímulos audiovisuales.
En Ecuador se estima que hay más de 15 000 personas con discapacidad severa, una condición que padecen niños, jóvenes y adultos que presentan diferentes tipos de discapacidad de manera simultánea, motriz, sensorial, auditiva, visual o intelectual.
Esto causa dificultad en el momento de comunicarse, atraso en el desarrollo físico y motor, dependencia para realizar actividades de autocuidado y conductas agresivas.
Juan Esteban Orozco tiene 21 años. Cuando nació, de forma prematura, tuvo una complicación médica que le produjo parálisis cerebral. Los médicos le dijeron que no podría caminar; sin embargo, hoy lo hace con ayuda. Él es asiduo visitante de la terapia en la Jaula de Rocher, donde camina alrededor de 30 minutos diarios. Este aparato tiene cuerdas que facilitan el ejercicio mediante la suspensión del cuerpo y le da un soporte.
Diego Noroña, especialista en Neurorehabilitación, dice que las terapias con esta máquina potencian la fuerza muscular y la condición cardiorrespiratoria de las personas con discapacidad física severa, que al no tener una actividad, en el futuro pueden desarrollar enfermedades como osteoporosis y deformidad de sus huesos. Por ello, explica que es necesario que estas personas se mantengan activas física y mentalmente.
Juan, a pesar de tener 90% de discapacidad severa, no solo se ejercita, ya conoce todo el alfabeto. Aunque su aprendizaje es un poco más lento, leer es su meta.
Noroña explica que es un mito que los niños con discapacidad intelectual no pueden aprender. “Ellos pueden ir más allá de lo que la gente espera. Existen terapias modernas que ayudan a que estos niños, jóvenes y adultos sean cada vez más independientes y capaces hasta de leer y escribir”.
Los padres de Rafaela intentaron inscribirla en una escuela regular, pero las complicaciones en el aprendizaje y la falta de concentración de la pequeña impidieron que se educara de forma tradicional. Pero luego de tres años en tratamientos y terapias, hoy sabe los nombres de los objetos.
En el país existen cerca de 90 centros de atención para personas con diversas discapacidades que proporcionan atención integral (terapias y enseñanza). Las terapias que se efectúan van desde hipoterapias, canoterapias, terapias en piscinas, recursos manuales, ejercicios físicos y terapias comunicacionales.
En la Fundación Nacional de Parálisis Cerebral (Funapace), por ejemplo, la equinoterapia es una alternativa para las personas con este tipo de discapacidad. Se usan caballos para que los niños con problemas físicos e intelectuales los monten y adquieran nociones de tacto, equilibrio y pierdan el miedo a ser sociables.
Marco M., tiene 9 años y padece parálisis cerebral. Tiene problemas conductuales que forman parte de los trastornos de su discapacidad. Hace siete meses asiste a Funapase para recibir equinoterapias. Carmen Acosta, su madre, lo acompaña siempre.
Antes Marco se aislaba incluso hasta de ella y de sus hermanos. A veces era muy agresivo, pero el contacto con los caballos le ha ayudado a crear lazos de afectividad. Sus ansias y agresividad han disminuido y ahora es más feliz.
LAS CIFRA
110 159 Casos de parálisis cerebral reportó un informe del Conadis en el 2012 por causas genéticas y 20 020 por problemas de parto.