'El uso de lo indígena ha sido explotado en la búsqueda de reivindicación'

Hernán Zúñiga, artista. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El arte de Hernán Zúñiga se ajusta a los tiempos. Ahora incluye lo mismo, piezas dibujadas y coloreadas en el teléfono inteligente (impresas en acrílico) que recitales poéticos con la banda de rock Espanta Ratas. Se trata de performances audiovisuales que incluyen videoarte y donde sus grabados se convierten en escenografía proyectada en los muros. El artista ahonda en esta entrevista en sus orígenes, en su relación con Guayaquil y en lo que el arte revela de la sociedad.
¿Por qué suele decir que usted es un guayaquileño a la fuerza?
Nací en Ambato, pero mis padres me trajeron a Guayaquil a los cuatro años. Y no a cualquier parte, sino que nos instalamos y me crié en las periféricas del Mercado Central. Es un lugar del centro que rezuma la esencia del ser guayaquileño. Mis padres eran artesanos que vinieron a buscar un mejor futuro en lo que para los años 50 era el Puerto de Oro. Los críticos ubican mi obra como arte porteño, mis pinturas, mis grabados, mi poesía, todo el arte multidisciplinar expresa la poética del puerto.
¿El uso del color también procede de allí?
En la calle me conecté con lo más profundo de la cultura popular. Los colores vivos del trópico, pero también sus grises. Así como mis padres, llegaba gente de todas partes, migrantes que vinieron a hacer de Guayaquil grande. Y de esa mixtura procede esta estética recargada, incluso una forma de ser, a la que yo le llamo el barroco guayaco.
¿Cómo se convierte en artista el hijo de un zapatero?
Creo que precisamente me marcaron los diseños de los zapatos de mi padre (Ricardo Zúñiga Domínguez), un zapatero de Guano, de familia de artesanos alfombreros. Veía dibujar, diseñar y luego convertir el diseño en un objeto tangible. O al palpar las costuras y bordados de mi madre (Ana Albán Ruiz, una modista y profesora). Esa fue mi primera academia de estética, así como la calle fue mi universidad, porque soy absolutamente autodidacta. En este taller de artesanos obtuve mis primeras lecciones de uso de color, de proporción, composición, movimiento, ritmo y equilibrio.
¿La artesanía versa sobre la habilidad de hacer bien las cosas?
Se trata del buen hacer. Los productores de muebles del siglo XIX eran verdaderos artistas, al punto que tienen obras de museo. La misma raíz etimológica de la palabra lo remarca: arte-sano. Para mí la ética y la práctica del buen artesano está por encima de la de los cenáculos de los más altos circuitos internacionales del arte, captados por unos cuantos curadores y artistas, muy a menudo, llenos de pretensiones. Con la artesanía asumí el acto creativo como un momento de privilegio, un encuentro interior contigo mismo. Y adquirí un rigor multidisciplinario: intrínsecamente soy un obrero de diferentes artes.
Dado el contexto de las actuales protestas ¿cuál es su visión respecto a la representación de lo indígena en el arte ecuatoriano?
El indigenismo se convirtió en una tendencia literaria y artística. Pero la gran paradoja es que el ‘indio’ pretendidamente reivindicado en el arte se convierte en un objeto de consumo y de venta. Esos ‘indios’ que se pintaban dolientes, lacerados o masacrados se vendían a precios altísimos. La paradoja es que las pinturas dolientes de Kingman, Guayasamín, Egas se constituyen en una especie de souvenir exótico, al final las obras se domestican y rebajan a eso.
¿Qué nos dice eso socialmente?
Que el uso de lo indígena como objeto de explotación se puede perpetuar incluso entre aquellos que pretenden su reivindicación. Es trágico. “¡Carajo, yo soy un indio!”, decía con rabia y orgulloso (Oswaldo) Guayasamín, que buscaba con su pintura “herir el corazón de la gente”, apuntando la explotación del hombre por el hombre. Pero sus obras las compran los Rockefellers (que encarnan el poder económico y político), y que son los que terminan invitando a un jovencito Guayasamín a exponer por primera vez en Estados Unidos…
¿Cómo responden usted y su generación al indigenismo?
Con una rebeldía estética e ideológica, sin que eso signifique que hiciéramos parte de algún partido, sino como libre pensadores. Nos toca ser parricidas y hacer resistencia a lo que en ese momento era el indigenismo, hacia una estética que resultará de vanguardia. En el expresionismo y el feísmo encontramos un camino para exaltar las sensaciones respecto a la representación de la marginalidad.
Usted ha sido parte de la formación de una generación de artistas multipremiados en el ITAE, y luego en la UArtes. ¿Guayaquil se queda corto para todo ese talento?
Absolutamente, por eso buscan salir a otras partes donde también existe crisis, pero se atenúa ante el tamaño de mercados más grandes. Guayaquil es una ciudad de piratas, con índices paupérrimos de lectura, en general. Los ejecutivos cuelgan en sus casas obras que yo llamo arte asoleado, esas sí piezas muy rudimentarias o artesanales, en el peor sentido.
Hernán Zúñiga
Grabador, artista plástico y poeta. Ha obtenido premios como el Salón de Julio y el Salón de Octubre. Ha promovido a generaciones de artistas en el Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE) y en la Universidad de las Artes.