Las piezas de lego regadas sobre el pupitre de Jesús van dando forma a una máquina cosechadora. Su imaginación la hace ver igual a las que están camino a la escuela, cuando atraviesa los arrozales del recinto El Naranjo (Daule).
Este niño de 4 años sale en la madrugada de casa, con su mamá y sus hermanos más pequeños aún dormidos. Cruzar un canal en canoa y caminar 40 minutos por senderos fangosos para llegar a la Unidad Educativa Susana Sampin, al pie de la vía que conduce a la cabecera cantonal.
“Como vivimos lejos los esperamos aquí”, dice Jéssica Salas, la madre de Jesús, sentada junto a un grupo de padres en el graderío. Sacrifican toda la mañana pero prefieren las clases presenciales porque en sus casas no hallaban la señal de Internet, ni siquiera subiendo a los árboles.
La vuelta a clases en las zonas rurales de la Costa comenzó el año anterior, con el retorno voluntario desde diciembre. Ahora, en este mes, 478 340 estudiantes regresaron con 100% de aforo a 3 793 instituciones instaladas en medio de cultivos, junto a ríos, sobre montañas o en apartados caseríos.
Para algunos el traslado es una travesía que han retomado después de dos años. Son extensos recorridos que terminan en un aula compartida por varios grados.
La Susana Sampin tiene tres aulas y tres maestras para 82 estudiantes de inicial a séptimo año. Su directora Matilde Bernal recorre los salones, donde los pasillos entre las bancas limitan un grado de otro; en cada clase hay tres grupos de distintas edades.
“Es una división por niveles -dice Bernal-. Con los más pequeños trabajamos en su adaptación, con cuentos y canciones; con los demás trabajamos en lectura, escritura y matemáticas; los más grandes se han olvidado de las tablas”.
El refuerzo escolar -por los vacíos que dejó la pandemia- es un desafío en las escuelas bidocentes y unidocentes que predominan en el área rural. Ronald Numerable es maestro, director y líder en la comunidad Bellavista, donde está la Unidad San Francisco de Asís.
“Bienvenidos a esta escuela del milenio”, bromea al mostrar el único pabellón, remodelado para el arranque del año con 14 chicos, entre primero y séptimo de básica.
Aquí arreglaron la vía de acceso, cambiaron la cubierta, enlucieron el piso, pintaron las paredes y el profesor ideó un sistema con delgadas mangueras que conectan con un río cercano para tener agua directamente en los grifos del baño y cumplir con la bioseguridad.
La infraestructura en territorios apartados aún es una tarea pendiente y Gabriel Casañas lo reconoce. El subsecretario de Administración Escolar adelanta que tienen planes para reabrir 2 000 de las más de 5 000 escuelas rurales cerraron desde el 2008. “Buscamos que la distancia no sea una barrera para la educación. Por eso también planificamos construir 1 000 instituciones educativas rurales”. 100 fueron remodeladas el 2021 y este año intervendrán 200.
El nombre de la escuela República del Ecuador se ha borrado. En su patio abandonado ahora pastan vacas. Los vecinos cuentan que por falta de niños en los alrededores fue cerrada en el 2016 y reubicaron a sus pocos estudiantes en el colegio 5 de Mayo, a 300 metros.
En cambio la Cristóbal Colón, en el recinto Las Yucas de Salitre, está funcionando, aunque la construcción de un nuevo salón para inicial quedó a medias. “No hay maestra para los más chicos -reclama Ángela Cruz, una abuela-. Nos toca esperar que crezcan y entren a primero de básica o tener plata para llevarlos todos los días a un colegio más lejano”.
Ese plantel más distante es el Zenón Vélez, que desde el 2013 unifica a cinco centros aledaños al recinto San Nicolás. La jornada vespertina es solo para 194 de bachillerato. “Al menos 40% de ellos irá a la universidad, el problema es la parte económica”, cuenta el rector Carlos Chipre.
En el recinto Candilejo de Arriba, también en Salitre, se levantó un puente metálico que conecta con la Unidad Medardo Alfaro, de 320 chicos. La obra facilita el traslado, aunque hay estudiantes que siguen llegando de lejos.